Cuando tuve mi primer encuentro con los países balcánicos, fue inevitable que me gustaran. Música y cultura, presentadas a mí por primera vez por Bregović y Kusturica, respectivamente, se colaron en mi vida. Fue, naturalmente, durante aquellos días de Sarajevo, y Buenos Aires hervía con películas sobre la guerra de los Balcanes como “Un círculo perfecto”, “Miss Sarajevo”, “La mirada de Ulises”, “Antes de la lluvia”, y un largo etcétera. Escuché a Goran Bregović en uno de esos films, el “Underground” de Kusturica, y me enamoré de su música, de manera que corrí a comprar la banda de sonido de la película. Mi primera impresión fue “este tipo tiene
muchísima música adentro, se le escapa involuntariamente”. Además de la diferencia cultural que hace que cualquier música “étnica” (“world music”, se diría en estos días) sea muy atractiva para mucha gente, incluyéndome a mí, estaba paralizado por su orquestación barroca y por su íntima musicalidad. Respecto al primer ítem, alguna vez intenté grabar una versión para guitarra de una de sus canciones (ver la sección de música), y me dí cuenta cuán complejos eran sus arreglos, mucho más de lo que se puede percibir a “primera escuchada”. Para el menos claro segundo ítem, pensaba que canciones como Mesečina o Kalašnjikov (“Kalashnikov”, o como fue rebautizada en Buenos Aires, “Caballito”) eran extraordinarias, muy musicales, y me preguntaba qué parte de eso era conocimiento folklórico y qué parte verdadera autoría de Bregović, así que seguí comprando sus discos. Pronto no pude dejar de notar su forma particular de reusar ideas, por decirlo así. Por un lado, no había canciones al nivel de aquellas que me gustaban de Underground; por el otro, frecuentemente encontraba la misma canción tocada en dos o más discos (notoriamente en el disco con Kayah), con diferentes arreglos o en otro idioma, pero definitivamente la misma canción a través de distintos CDs. Esa misma canción nunca era Mesečina o Kalašnjikov, las que lo hicieron famoso. Luego, comencé a indagar en la banda de su compañero, la “Non Smoking Band” de Kusturica. Cuando Bregović y Kusturica decidieron ya no trabajar juntos, Kusturica tomó una banda gitano-punk de su juventud y los hizo grabar canciones para sus nuevas películas. Cuando fui a verlos en vivo, no fallé en reconocer que algunas canciones eran versiones apenas disfrazadas de esas que estaban en cuestión: Mesečina, Kalašnjikov. Compré el disco de la Non Smoking Band, y en el librito no había mención al hecho de que esas canciones fueran de Bregović. El misterio seguía creciendo. Ví a Bregović en concierto en Buenos Aires, tocando a regañadientes esas canciones, que eran las que pedía la gente, claro. Finalmente vi la luz, o parte de ella: encontré un artículo de Claude Cahn sobre cómo Bregović engañó y robó a Bajramović. Podemos leer ahí que Kalašnjikov y Mesečina no son de Bregovic:
(…) las “canciones folklóricas” que Bregovic saquea no son, en muchos casos, en verdad folklóricas, si uno toma el concepto de folklórico como una música anónima, cantada por la gente desde tiempos inmemoriales. Algunas de ellas fueron robadas del mundo del pop romani [gitano] contemporáneo. Tomemos, por ejemplo, Mesečina, la tercera canción de la banda de sonido de Underground. La melodía original es una tonadita llamada “Djeli Mara”, llena de floreos de piano, una línea de violín a lo Puccini y unos cambios de tempo más bien pedantes. La batería electrónica que mantiene el ritmo asegura su irrelevancia para el mercado masivo. En la versión de Bregovic, Mesečina es refolklorizada al ser tocada con una banda de bronces, pero Bregović tiene un agudo oído para el exigente sonido del mercado, de forma que sobrecarga Mesečina con múltiples capas de caños. Con el beneficio de técnicas de grabación generalmente no accesibles a bandas de bronces pueblerinas, el Mesečina de Bregović suena como una manada de elefantes en estampida. Esto saca la canción fuera de la oscuridad del folklore y la mete de lleno dentro de la moda europea.
Cuando Cahn descubre esto (él es algo así como un abogado por los derechos de los gitanos), va a visitar al autor original de ese Djeli Mara, un tipo llamado Šaban Bajramović. Se da cuenta de que Bajramović no quiere ser “defendido”, ni hacerle juicio a Bregović en absoluto. Cahn amargamente concluye que Bajramović (lo pinta en una casa llena de pobreza y niños) fue engañado por Bregović (pintado como un rico en París, viviendo una vida totalmente no-yugoslava, vendiendo la cultura distorsionada de su país).
Cuando al fin pude escuchar Djeli Mara, vi que era una canción completamente distinta, más sofisticada, más cerca del swing o del jazz que del folklore gitano, pero Mesečina en esencia estaba ahí, lo que era importante y atractivo estaba ahí, pero en una forma que nadie hubiera comprado masivamente. En las palabras del mismo Cahn:
(…) muchos no-gitanos (especialmente los yugoslavos no gitanos) no tienen estómago para escucharlo [a Bajramović]. Por empezar, canta baladas en un idioma que no pueden entender. Y lo que es más importante: su atmósfera toda está empapada de lo gitano, y el sentimiento antigitano está presente como marea alta en la Europa Central y del Este. Con su diente de oro y su nombre musulmán, es el epítome de la peculiaridad gitana por toda la ex-Yugoslavia, una especie de demasiado familiar exotismo turco. De aquí el papel para un traductor cultural. Un compositor talentoso como Bregović puede llevar el genio de Bajramović para las melodías pop y versionarlo para el público no gitano.
Naturalmente, no puede evitar agregar
Y hacer muchísimo dinero en el proceso.
Pero tiene razón: el Djeli Mara de Bajramović sólo es degustable una vez que se escuchó el Mesečina de Bregović (es curioso como una versión de una canción puede arrojar luz sobre otra anterior, como dos pasos en una escalera). Así que uno podría pensar que Bregović es rico, caminando sobre las cabezas de Kusturica (ahora no tan famoso como en tiempos de Bregovic, y ya sin él) y Bajramović (una celebridad local engañada) y ya, pero esto es más complejo. Šaban Bajramović canta en los últimos discos tanto de Kusturica como de Bregović, e incluso salió de gira con este último por Europa. Así que la relación entre Bajramović y Bregović es al menos saludable. Para Cahn, la relación con Kusturica se da, nuevamente, en el plano puramente comercial:
(…) Šaban es un sólo un componente no demasiado prominente del tapiz de Kusturica: una bien tejida visión de la vida gitana vista desde afuera, en dos coloridas dimensiones.
Extiende también su crítica a las películas de Kusturica, por supuesto:
Definitivamente, el medio de Kusturica son gitanos salvajes, divertidos, encantadores, estúpidos, ingeniosos, calculadores, violentos, venales, perezosos, excéntricos, inocentes, depravados, apasionados y cualquier cosa que los gadje (no gitanos) les encante creer acerca de ellos. Lo brillante de Kusturica es tirarse de cabeza sobre los estereotipos y explotarlos al máximo al servicio de sacar una historia adelante.
Así que, volviendo al principio, parece que todo lo que me golpeó del mundo balcánico era perfectamente falso. Falsa la mirada de Kusturica sobre Yugoslavia, falsa la música de Bregović, no más que una partitura sobreproducida por Hollywood. Algunos vieron los dos conciertos de Bregović en Buenos Aires como idénticos, separados por dos años: la actuación de un actor profesional para entretener a los idiotas que creen en la magia de la world music, esta vez con un mote denigrativo sobre esa expresión. ¿Hay algo más que agregar? Ah, sí, éramos miles, bailando y cantando, es cierto.