Meditaciones

Fragmento de La Odisea

Presuntuoso Telémaco, de furia incontrolable,
no se ocupe tu pecho en pensamientos malos,
come y bebe conmigo igual que hacías antes.

Homero, Ὀδύσσεια, 8 AC.

Fragmento de Scéla Chonchobuir

Grande fue la dignidad de Conchobar al final de sus siete años de edad, cuando obtuvo el reinado de Uladh. A continuación sigue el por qué. Su madre Ness, hija de Eochaid, era soltera. Fergus, hijo de Ross, en ese momento era el rey de Uladh y deseaba que Ness fuera su esposa. Ella le dijo: No, hasta que, como recompensa, le otorgues un año de reinado a mi hijo, para que a su vez su hijo sea llamado hijo de un rey. Concedido, le dijeron, y el reinado será tuyo, aunque Conchobar será llamado rey. Así que la mujer se acostó con Fergus, y Conchobar fue llamado rey de Uladh.
Luego la mujer comenzó a instruir a su hijo y a todo su entorno para que le sacaran la riqueza a uno de cada dos hombres y se la dieran a otro, y el oro y la plata de ella se los dio al Consejo de Uladh, por haber favorecido a su hijo.
Finalmente pasó el año, y Fergus reclamó su puesto. Los Ulaid reunieron al Consejo, y a la asamblea le pareció un deshonor que Fergus los haya entregado como precio por una boda. Pero también estaban agradecidos con Conchobar por los dones que les había dado. Por lo tanto, votaron así: lo que Fergus vendió, que lo pierda. Lo que Conchobar compró, que se lo quede.
Así Fergus perdió el reino de Uladh, y así Conchobar fue llamado rey de un quinto de Irlanda.

Áed Ua Crimthainn, The Book of Leinster, 1160.

Fragmento de The Tragedy of Hamlet

Buen Hamlet, deja ya el color nocturno,
y mira al rey con buenos ojos,
no busques más con la mirada baja
en el polvo a tu noble padre.
Lo que vive debe morir, pasando
de Natura a la Eternidad.

William Shakespeare, The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark, 1600.

Fragmento de The Abdication of Fergus Mac Roy

Antes de Dios y su crucifixión
yo era rey por derecho y elección
rey de Uladh y de todo lo que encierra
el reino más hermoso de esta tierra.

El linaje de Rury era mi raza
que gobernaba desde Emain, mi casa;
mío era el poder, la sangre pura,
tenía porte, fuerza y estatura.

También me deleitaba en el amor
y en combate premiaban mi valor
cualquier cosa que diera alegría
a una vida de reyes, era mía.

Amaba ir a cazar más que cualquiera
Amaba los caballos de carrera
Amaba la bebida sin congoja
yendo a la Casa de la Rama Roja.

Mas si al rey el Consejo requería,
no amaba ser el juez en demasía;
y las preguntas de los demandantes
ya no me parecían importantes.

Prefería salir a andar yo solo,
dejando atrás estado y protocolo,
caminar sobre el brillo del rocío,
en alguna pradera o algún río.

Cantando, de manera improvisada,
melodías jamás imaginadas,
sufría un ácido remordimiento
y en secreto lloraba de contento.

Y bailando esa danza estaba yo,
cuando en un punto Nessa me miró.
Entonces mi alma así quedó prendada,
cautiva de esa única mirada.

Samuel Ferguson, The Abdication of Fergus Mac Roy, 1865.

Fragmento de The Countless Kathleen

OONA.

Ahora apoya tu cabeza una vez más en mis rodillas.

Voy a cantarte cómo Fergus conducía sus carros dorados.

[Canta con la delgada voz que da la edad.]

¿Quién va ahora con Fergus libremente
al bosque a penetrar la sombra oscura
y a playas llanas a bailar su danza?
Muchacho, alza tu fogosa frente,
y tú los tiernos ojos, dama pura,
basta de miedo y basta de esperanza.

Volviste a hundirte en tus pesares. No me estás escuchando.

KATHLEEN.

Ay, sigue cantando, anciana Oona, escucho el cuerno de Fergus en mi corazón.

OONA.

No sé qué significa la canción.

Soy demasiado vieja.

KATHLEEN.

El cuerno llama, llama.

OONA.

Y basta de abstraerse y meditar
en el misterio amargo del amor
que Fergus rige los carros dorados
y el pecho blanco del oscuro mar;
de la sombra del bosque es el señor,
de astros errantes y desordenados.

William Butler Yeats, The Countess Kathleen, 1893.

Fragmento de Telemachus

Su cabeza volvió a detenerse por un momento en lo alto de la escalera, a la altura del techo:
No le sigas dando vueltas al asunto -dijo- No importa lo que dije, basta de hundirte en meditaciones.
Su cabeza desapareció, pero el sonido de su voz que bajaba retumbaba desde la escalera:

Y basta de abstraerse y meditar
en el misterio amargo del amor
que Fergus rige los carros dorados

La sombra del bosque flotaba por la tranquilidad de la mañana desde la escalera hacia el mar que contemplaba. En la playa y más allá el espejo del agua palidecía, hollado por ligeros pies herrados. El pecho blanco del oscuro mar. El ritmo entrelazado, de a dos. Una mano pulsa las cuerdas del arpa, entrelazando acordes. Apareadas palabras pálidas, parecidas a olas, relucen en la oscura marea.
Una nube comienza a cubrir el sol de a poco, ensombreciendo la bahía de un verde más intenso. Estaba a sus espaldas, un cuenco de amargas aguas. La canción de Fergus: la canté arriba en la casa, sosteniendo los largos y tristes acordes. La puerta de ella estaba abierta: quería escuchar mi música. Callado por temor y lástima me acerqué a su lecho. Ella lloraba en su desgraciado lecho. Por estas palabras, Stephen: el misterio amargo del amor.

James Joyce, Ulysses, 1918.

Fragmento de Who goes with Fergus now

Anthony Burgess, The James Joyce Songbook, 1982.