El mes pasado salió en The Register un artículo de divulgación acerca de los procesos automatizados de nuestro cuerpo (“zombie behaviours”). Todos sabemos que la mayor parte de la actividad corporal ocurre en segundo plano, como respirar, latir el corazón, procesar la comida y lo que nuestros órganos sensoriales aportan, etc. Tal vez sorprenda saber que es muy poco lo que hacemos conscientemente, y los procesos inconscientes son harto más rápidos y perfectos que aquellos sobre los que tenemos control directo. La pregunta que surge en el artículo es, ya que lo insconciente es más efectivo que lo consciente, ¿para qué existe el estado de la consciencia? La respuesta que da el texto es que sirve, básicamente, para aprender y pasar ese saber al autómata que hay en nosotros. Uno aprende a manejar, digamos, y una vez que el conocimiento está, nuestro robótico habitante puede manejar mejor que nosotros. Este proceso es muy ostensible en los músicos: aprendemos una pieza, pero sólo la tocamos correctamente cuando le sacamos el control consciente a los dedos y dejamos que hagan lo que saben sin interferencia. Muchas veces he olvidado el número de teléfono de alguien, pero mis dedos lo recuerdan. Mis dedos recuerdan canciones en el piano o en la guitarra que mi cabeza, o aún mi oído, ya desconocen. Prosigo con el artículo del Register, y leo que el proceso inconsciente incluye, naturalmente, al sueño. En la exacerbación, el durmiente puede ser un sonámbulo, y un sonámbulo puede hacer todo lo que nosotros le hemos enseñado: puede hablar, comer, tener sexo, manejar nuestro auto. Creo que no hace falta repetir que puede hacer estas cosas mejor que nosotros; el texto luego se pregunta si ese estado no es el ideal, el normal, el estado al que el organismo como entidad aspira, mientras que cuando estamos despiertos solamente estamos enseñándole a nuestro Golem a ser. Así, nuestro aprendiz que es en verdad una versión perfeccionada de nuestro ser consciente, toca mejor que nosotros el piano, y probablemente al soñar haga cosas que nosotros nunca podamos hacer: alterar la realidad sensorial para abandonar esa otra ilusión que es el mundo externo. Shakespeare había dicho: we are such stuff as dreams are made on, estamos hechos de la misma cosa que nuestros sueños. Visto desde este punto de vista, nuestro verdadero yo se encuentra ahí atrás, hecho de intangible inconsciencia, y no faltará quien diga que ese ser involuntario conforma nuestra alma, maneja nuestro cuerpo como si de una herramienta se tratara, y que lo trascenderá después de la muerte como la conocemos. Otro punto de vista, que quizás es el mío, es que nuestro simbiótico e inseparable amigo lo sabe todo, excepto lo esencial: aprender. A medida que he ido envejeciendo, lo que sé obstaculiza mi aprendizaje, me pone más trabas, traduce la información adquirida en prejuicios que cierran puertas en vez de abrirlas. Así el robotito que hay en mí recibe menos y menos alimento, y en algún momento morirá conmigo, en una gloriosa y estática meseta.