La decisión

Dos sendas divergían en el bosque,
qué mal ser uno y no tomar las dos.
Me quedé largo rato meditando,
miré hasta donde se veía en una:
doblaba y se perdía bajo el monte;

pero elegí la otra, que era igual,
con acaso mejores argumentos,
porque su hierba no fue tan hollada;
con todo, en ese aspecto, los viajeros
pasaron tanto en una como en otra,

y en aquella mañana en ambas sendas
no había negras hojas pisoteadas.
Dejé para otro día la otra ruta,
sabiendo que una huella lleva a otra
y acaso no pudiera ya volver.

Contaré suspirando estas cosas
dentro de muchos años algún día:
Dos sendas divergían, pero yo
tomé la que era menos transitada
y al final fue lo más determinante.

The Road not Taken, Robert Frost (1916)

Desde el pecado original todos tenemos esencialmente la misma capacidad de distinguir el bien del mal; aún así cada uno cree que tal discernimiento constituye un mérito propio. Pero las verdaderas diferencias empiezan más allá: la imagen opuesta aparece porque nadie debería contentarse sólo con tal conocimiento, sino que hay que obrar de acuerdo a él. Pero como nadie tiene la fuerza para hacerlo, debemos destruirnos, incluso a riesgo de no lograr nunca la fuerza necesaria, y no se puede hacer otra cosa que tomar esa decisión.

Cuadernos en Octavo, Franz Kafka (1918)

Hace semanas que estuviste explorando lo que parecía una manera rentable de obrar. Descubriste que había una bifurcación en el camino, así que seguiste al principio la ramificación que parecía menos prometedora, o en cualquier caso la más obvia, hasta que sentiste que tenías una buena idea de adónde llevaba. Luego volviste a investigar el camino más enredado, y por un tiempo sus dificultades parecían prometerte una meta más compleja y por tanto más sensata, una que pudiera ser relevada de muchas maneras, de forma que todas sus apariencias o aplicaciones pudieran ser estudiadas plenamente. Y al obrar así empezaste a darte cuenta de que las dos ramificaciones se volvían a unir más adelante, que el lugar de la unión era efectivamente el final, y que era también el lugar mismo del que partiste, cuya mezcla intolerable de realidad y fantasía te había puesto en marcha en el camino que ahora cerraba el círculo. Ha sido un intenso rompecabezas, pero a fin de cuentas todas las piezas encajan como un cuento de fantasmas que termina con una explicación perfectamente racional. Nada queda, excepto empezar a vivir con este hallazgo, es decir, sin la esperanza antes mencionada. Incluso así no es tan fácil, porque este modo o este ámbito reducido debe ser alimentado por alguna manera de anhelar, o anhelar que no se tome demasiado seriamente. Uno debería moverse realmente rápido para poder permanecer en el mismo lugar, como dijo la Reina Roja, siendo la razón que una vez que decidiste que no hay alternativa a quedarse inmóvil, aún hay que aprender a sobrellevar la irrupción de la marea del tiempo y todos los fenómenos confusos que trae con su aparición, algunos de los cuales tienen la apariencia perfecta de estados de realidad inconclusos pero aparentemente salvables, cuya contradicción fue la que te causó en primer lugar que sintieras esa creciente preocupación, que empezaras a probar nerviosamente varios planes irrealizables que, al final, como vimos, finalmente quedaron reducidos a nada. Aún así, al igual que la materia física, no pueden ser desterrados del sistema, y su naturaleza, que es una parte inherente de su existencia, es permanecer incompletos, clamando a gritos por su totalidad. Así que ahora se presentan dos nuevas y aún más nefastas alternativas: la de quedarte donde estás y arriesgarte a una eventual destrucción a manos de aquellos falsos consejeros en tantos aspectos, o la de ser arrastrado por ellos a un pasado impregnado de nostalgia cuya dulzura quema como la hiel. Y es una decisión que tenemos que tomar.

The System, John Ashbery (1972)