Sobre la creación

Voy a empezar con algunas afirmaciones o presupuestos, que espero se sobreentiendan subjetivas, y que quizás sean obvias para algunos, o nulas para otros. La primera afirmación es que el arte es en el momento en que un espectador se conmueve por una obra. Esa conmoción puede ser distinta para cada espectador, distinta para distintos momentos de la vida de ese espectador, y desde luego distinta a las intenciones de su creador. La obra que no conmueve a nadie no es arte, tiene que haber un espectador que la perciba como tal, que sienta su poder de conmoción.
La segunda afirmación es que la conmoción que suscita el arte está en directa relación con su novedad: eso que lo toca no debe estar previamente en el espectador para que pueda sentir la conmoción. PartiturasLa novedad de una obra casi nunca tiene que ver con el supuesto mensaje que transporta, y casi siempre con la manera en que se expresa el mensaje. El ejemplo más claro es la música instrumental, donde ese mensaje está codificado en la forma y es intraducible, y toda emoción es engendrada por las transformaciones de la forma. En la pintura, en la fotografía, en la escultura, se podría argumentar que el sujeto en sí no hace a la obra, sino la manera en que ese sujeto es presentado: otras posibilidades para el mismo sujeto no producirían nada en ningún espectador. En la literatura o en el cine una historia puede ser buena, pero una buena historia no hace necesariamente arte. Decir “un agrimensor es llamado a un castillo pero nunca logra entrar y ejercer su profesión” no equivale a “El castillo”, mientras que la manera en que Kafka cuenta la historia es la condición para que “El castillo” funcione como arte. Se podría decir que la forma en que un tema es presentado genera un nuevo significado, que es intraducible a ninguna otra expresión.
Lo esencial es que no hay conmoción si el espectador ya conoce la forma en que un obra se expresa. Los artistas de la historia del arte que hoy recordamos son aquellos que trajeron consigo nuevas maneras de expresión, y los artistas que hemos olvidado son aquellos que las han repetido. Por eso una obra a la larga se desgasta para un espectador dado: termina por perder su efectividad en el momento en que ese espectador aprehende todo lo que puede decirle, aunque eso lleve años. Acaso escuche una sinfonía que conoce muy bien y de repente vuelva a surgir la conmoción, y eso ocurre porque el espectador ha cambiado y se ha generado en él la falta para que la pieza pueda sorprenderlo con otra novedad. Esto no quiere decir que toda novedad en una obra la convierta inmediatamente en arte, naturalmente, porque el arte requiere del espectador y sus viscisitudes. Tampoco quiere decir que una obra sin novedades nos deje indiferentes: una vez desgastado su poder de conmoción, siempre puede suscitar el placer estético, que es una especie de deleite menos emocional que intelectual.
Ahora pensemos un momento en la ejecución de la música: digamos, un pianista que ejecute una sonata de Beethoven. El hombre habrá trabajado en la partitura muchas horas para lograr transmitir con precisión la forma que Beethoven creó. Acaso durante ese proceso haya sentido algunas conmociones, por ese acercamiento tan íntimo que da el estudio de una partitura para su ejecución; la repetición necesaria para una reproducción impecable habrá terminado por desgastar cada parte de la obra para este pianista. Luego, naturalmente, quedará la euforia que produce el ser parte de la obra en el momento de la ejecución pública, pero la conmoción que producirá en los espectadores estará paradójicamente ausente en el ejecutor en ese momento. Muchos sentirán la emoción de la obra, se habrán encontrado con cosas que les faltaban, y verán al ejecutor como partícipe del proceso; en muchos casos, el músico se verá obligado a poner en el cuerpo la ilusión de esa participación emotiva. Brad MehldauIncluso podemos pensar que ese pianista es realmente bueno, hasta el punto de expresar la obra de una manera distinta a lo aparente en la partitura, de imprimirle una novedad a una obra ya gastada para sus espectadores, pero en el momento en que la obra está lista para ser ejecutada en público ya ha perdido para el músico su capacidad para conmoverlo, puesto que las repeticiones una vez más han desgastado cualquier novedad. Ni qué decir si hay una gira con la obra.
Ahora estamos cerca del momento de la creación, ya que un músico que logra darle aire a una obra conocida y gastada es también un co-creador. Otra de mis afirmaciones: un artista crea obras utilizando su conocimiento y su desconocimiento. El saber de un artista (puede ser un saber técnico, como el dominio de las leyes de la música) por sí solo puede producir arte para otros, pero no para él, puesto que lo que ya sabe no tiene novedades, y por lo tanto potenciales conmociones. Muchos artistas se pueden sentir compelidos a la creación y utilicen su conocimiento (su “oficio”) para producir obras que puede que se conviertan en arte en el momento en que encuentren la falta de ese conocimiento en alguien. El artista sentirá la obra como correcta, podrá sentir un gran placer estético al contemplar su perfección, pero la conmoción que caracteriza al arte sólo será pasible de producirse cuando encuentre un espectador que tenga por novedad alguno de sus componentes. Este proceso es distinto de la idealización del artista como un hombre que comparte sus emociones con otros, del hombre que pone un mensaje en una botella y la arroja al mar. El artista que crea una obra que a él mismo lo conmueve es quien concibe importando novedades, es decir, quien apunta hacia su desconocimiento. Este proceso puede darse por error, o por experimentación. La intuición, que suele confundirse con la inspiración, es la aplicación inconsciente del conocimiento, y sólo produce obras “canónicas” para el artista. La inspiración es la irrupción de una novedad, y puede engendrar un proceso rico en conmociones para el artista. Un ejemplo de este proceso es la improvisación de un grupo de música, donde lo que produce uno se importa como fuente de novedad para la producción del otro, y se conjuga con un alto componente del azar y otras fuentes de error, con grandes posibilidades de aparición de conmociones. Por eso se dice que el jazz es aquel arte en el que los que están sobre el escenario tienen más placer que los que están debajo, los espectadores. Una vez que este proceso creativo se agota y se cristaliza en una obra, al artista le queda darle un acabado y acaso mostrarla a otros, con la expectativa de convertirla nuevamente en fuente de conmociones, es decir, en arte. En el caso de la música, eso podrá querer decir escribirla en una partitura, o grabarla formalmente en un registro sonoro; en el caso de un escritor, darle una forma definitiva, hacer las pruebas de lectura y corregir los errores, las frases descuidadas, etc. Cuando la obra llega finalmente a su público, ya el artista es incapaz de sentir sus conmociones, como aquel intérprete de Beethoven que ya ha repetido la obra hasta el hartazgo. En algún punto, inevitablemente, Beethoven se habrá vuelto tan ajeno a su nueva obra que cualquiera hubiera podido conmoverse con ella excepto él.