La traducción de Borges de Macbeth

No sé si es lícito agregar una versión inédita de Macbeth, que emprendí para no seguir pensando en la muerte de mi hermano (…). No la concluí; comprendí que el inglés dispone, para su bien, de dos registros- el germánico y el latino— en tanto que nuestro alemán, pese a su mejor música, debe limitarse a uno solo.

La Memoria de Shakespeare (1980)

Conversando con Héctor sobre el texto anterior, pienso que vale la pena tal vez ahondar en la idea de que hay hoy una escisión de Shakespeare que acaso no existía en la época de Shakespeare. A uno le cuesta imaginar que sus obras en 1600 se entendieran perfectamente en tiempo real y por gente que no tenía una educación literaria como la pensamos hoy. Nadie leía a Shakespeare, y sin embargo hoy, con todo el tiempo a nuestro favor, sentados cómodamente, con un aparato crítico importante y las considerables ventajas que da la relectura, nos sigue pareciendo compleja su lectura. El paradigma ha cambiado, el “mérito estético”, como decía Harold Bloom, ha quedado relegado, y hoy Shakespeare sigue siendo el centro del canon en virtud de su profundidad humana, no de su capacidad literaria. Hay un movimiento cada vez mayor en favor de que se traduzca a Shakespeare a un inglés moderno (lo que nosotros tenemos hace mucho tiempo en castellano, como decía en el texto anterior), es decir, que se simplifique la forma para poder apreciar lo que hoy se tiene por valor: el fondo. “Queremos entender a Shakespeare”, piden los modernizadores; “Shakespeare es también su idiosincracia estética, su forma de usar la lengua”, dicen los conservadores. Los últimos disfrutan a Shakespeare con una lectura detenida, se deleitan con su manera de escribir; los primeros son los que quieren quedarse sólo con el Shakespeare del teatro, los que buscan la trama y los personajes de esa trama. Podemos seguir la contraposición de estas dos visiones de Shakespeare, el literato y el dramaturgo, con Borges, o a través del Borges que escribe Bioy en su diario. Ese Borges dice, en 1969:

BORGES: «Parece que Shakespeare escribía dos textos para cada pieza; uno para darse el gusto de escritor y otro para la representación, el acting text; se cree que de Macbeth sólo sobrevive el acting text y de las demás piezas el primero, el literario. Por eso Macbeth es la mejor de sus piezas».

Ahí hay un primer gérmen del cual podemos partir: Shakespeare no es un buen poeta, ya que las obras sin literatura son mejores. En esa época Borges ya pensaba que el bardo “se emborrachaba con las palabras”, que era “irresponsable”:

BORGES: «Cuando uno sabe que [Shakespeare] inventó las palabras, los versos parecen menos admirables… Uno descubre al macaneador».
BIOY: «Serían más feos entonces que ahora».

Con todo, salvaba a Macbeth, sostenía que era una obra excelente y no se cansaba de elogiarla. Pero el proceso de lectura detenida ciertamente empeoró la opinión que Borges tenía de la obra. En 1970, un año después de esa primera apreciación sobre Macbeth, empieza a traducirla con Bioy, usando métrica (y rima con las brujas):

BORGES: «A compo­ner endecasílabos, a contar las sílabas con los dedos… ¡Qué ocupa­ción! Estaremos locos. Bueno, por esa ocupación llegaremos a producir la traducción clásica de Macbeth…»

En esa vena entusiasmada, empiezan con mucho vigor e inspiración:

1-BRUJA:
¿Cuándo otra vez,
seremos una sola cosa las tres?
¿En el fragor de la violenta
revelación del rayo y la tormenta?

Pero, a medida que la traducción avanza, la felicidad va cediendo lugar a la cautela: “Cuando uno traduce ve de muy cerca, como con una lupa”, dice. Se está poniendo en evidencia esa otra manera de leer a Shakespeare, la lectura literaria, la lectura de la forma, y es en esa luz donde finalmente fracasa con estrépito:

BORGES (conteniendo la risa): «¿Shakespeare es la cumbre del espíritu humano? Mejor no traducirlo; mejor no mirarlo de tan cerca; acabaremos por despreciarlo. ¡Qué dificultad tiene para con­tar las cosas más simples! ¿O estaba tan acostumbrado al estilo grandilo­cuente que no podía decir nada con sencillez?».

Abandonan la traducción, desencantados con el bardo, en 1971; la retoman diez años después, terminan el primer acto, la vuelven a abandonar. Discuten si Shakespeare es el escritor más sobrevalorado (“overrated”). El proceso terminó por asimilar Macbeth también a esa primera lectura de Borges: en cuanto se acercó y vio que la obra también estaba contaminada del peor Shakespeare, del Shakespeare “literario”, quedó horrorizado. Durante este proceso, Borges, un cultor de la forma, intentó salvar a Shakespeare aunque sea a través de su reescritura. Por ejemplo, en esta discusión con Silvina Ocampo que registra Bioy:

Silvina dice que, si lo importante es la representación, deberíamos haber traducido Macbeth en prosa; que en endecasílabos será inaguantablemente monótono. Borges opina que el lenguaje levantado de la tragedia (de ésta, por lo menos) exige el verso.
BORGES: «¿Hoy no se aguanta la escena? Mañana se aguantará, como se aguantó durante mucho tiempo».
Yo pienso que tal vez para la representación sería más llevadera la prosa (…)

Pero eventualmente perdió esa pelea, la traducción nunca vio la la luz (en 1985 todavía estaban discutiendo si valía la pena seguirla), el Shakespeare literato fracasó frente al Shakespeare dramaturgo. Borges internamente siempre lo supo, se puede entrever en esa frase que pronunció cuando todavía estaba entusiasmado con hacer una traducción en verso:

Si la hiciéramos en prosa, tendríamos que ser literales, y entonces la gente diría: “Esto no puede ser Macbeth”. O alteraríamos el texto, y alguien nos descubriría, pondría el grito en el cielo, protestaría: “Qué se creen éstos, que enmiendan la plana a Shakespeare”

Es decir, si tradujéramos a Shakespeare por lo que Shakespeare es, nadie lo toleraría. Shakespeare tiene la fama que tiene en nuestra lengua, parece decir Borges, porque fue sometido a una reescritura salvadora a través sucesivas traducciones. A Borges le hubiera gustado rescatar a Shakespeare, inventar un Shakespeare literario posible, reescribirlo traduciendo “por omisiones”, aligerándolo de mala escritura, y temía ser descubierto. La traducción parcial que hizo de Macbeth, por lo poco que se ha visto, está en esta vena: traducir en verso lo eximía de la obligación de la fidelidad y reponía a Shakespeare como poeta, pero las dudas y la decepción terminaron ultimando el proyecto.

Este rechazo de Borges por el Shakespeare escritor es hoy la opinión mayoritaria: el estilo del bardo sólo es reverenciado por los amantes de un canon estético de la literatura que hoy ya no es observado. Como bien notaba Héctor, Joyce, el último revolucionario de la lengua inglesa, admiraba “el esplendor del lenguaje” de Shakespeare, esas “grandiosas formaciones y deformaciones, los juegos de palabras y su maravilloso sentido de lo estrafalario”, pero tenía a Shakespeare por un dramaturgo inferior a Ibsen, un juicio que seguramente todo el mundo consideraría escandaloso hoy. Por eso Harold Bloom pudo escribir “si el mérito estético alguna vez centrara el canon, Finnegans Wake se acercaría tanto a Shakespeare como nuestro caos lo permitiera”. Es decir, la pirotecnia verbal de Shakespeare, como la de Joyce, ha caído fuera del favor de los lectores modernos. Películas como “Looking for Richard” en el plano del ensayo, o las incontables reposiciones de las obras de Shakespeare releídas en contextos actuales, hablan de esta necesidad: Shakespeare es moderno en su drama, pero hay que rescatarlo de alguna manera.