Los 40 de Anagrama

Esta es la colección de 40 libros de Anagrama que vino con el diario Página/12: una buena oportunidad para leer autores que de otra manera nunca compraría. Son libros breves, de manera que las reseñas también lo serán.

  1. Paul Auster: La habitación cerrada. Ya se sabe lo que pienso de Paul Auster: un mito contemporáneo, una consecuencia de la época.
  2. Ian McEwan: Primer amor, último ritos. Al principio, es como Amarcord contado por un mal escritor estadounidense (sólo que el escritor es británico: la magia igualadora de las malas traducciones). Luego Fellini desaparece.
  3. Kenzaburo Oé: La presa. Muy entretenido, muy bien contado. Perfecto el tono que encontró para el niño-narrador.
  4. Jean Baudrillard: La izquierda divina. Una crónica lúcida de una época política que se ha ido desvaneciendo.
  5. Ricardo Piglia: Prisión perpetua. Ya estaba la crítica aquí en Seikilos.
  6. Pedro Lemebel: Loco afán. Leí la contratapa y no quise abrir el libro. No preví que me esperaba una emboscada de más libros por el estilo en la colección.
  7. Hans Magnus Enzensberger: El perdedor radical. El tema, por más actualidad que tenga, no me sedujo. Uno desconfía de la literatura de actualidad: como el de Baudrillard, como el diario de hoy, son textos que enseguida se quedan atados a su tiempo.
  8. Colette: Dúo. “Un manzano silvestre, de pétalos blancos forrados de vivo carmín, había triunfado del árbol de Judea un tanto enclenque, y las jeringuillas, para escapar de la sombra mortal de las aucubas barnizadas, tendían a través de las largas hojas exigentes, manchadas como serpientes, sus frágiles ramos, sus estrellas de un blanco de mantequilla”. Casi no hay sustantivo sin al menos un modificador. La traducción tampoco ayuda.
  9. Michel Foucault: Nietzsche, Marx, Freud. Interesante por momentos, ilegible por otros. Requiere cierto contexto de antemano.
  10. Sam Shepard: El gran sueño del paraiso. Clásica e intrascendente literatura estadounidense. Para dejar pasar.
  11. Hanif Kureishi: Mi hermosa lavandería. Demasiado costumbrismo me ahuyentó: una decepción.
  12. Amélie Nothomb: Cosmética del enemigo. Un relato que, en 2001, fue contado un millón de veces, en literatura y en cine. Demasiado previsible, mal escrito.
  13. Pedro Almodóvar: Patty Diphusa. No esperaba gran cosa, el prólogo restó expectativas, pero al final me sacó más de una sonrisa. Para leer en una sala de espera.
  14. Tomas Bernhard: Sí. Brillante, a la altura del resto de la obra de Bernhard.
  15. César Aira: Varamo. Divertido, un Aira más.
  16. Sigmund Freud: Escritos sobre la cocaína. Una curiosidad histórica.
  17. Charles Bukowski: La máquina de follar. Uno de los puntos de partida de la atroz confusión entre cultura urbana y poética urbana.
  18. Alan Pauls: Historia del llanto. Palabras, oraciones largas, lánguidos párrafos. Pura literatura, y no queda otra cosa.
  19. Pierre Bourdieu: La dominación masculina y otros ensayos. Muy interesante, como todo Bourdieu.
  20. Groucho Marx: Las cartas de Groucho. Leídas en inglés, unas pocas cartas tienen gracia. En español ibérico: insufrible.
  21. Mario Bellatin: Damas chinas. Un libro sólido, excepto el final que se disparó para cualquier lado. El tono frío de Bellatin fue la solución perfecta para esta historia.
  22. Alejandro Zambra: Bonsái. Para ser la primera novela del autor, está bastante bien: es mejor que cualquiera de su aplaudidísima y compatriota Isabel Allende.
  23. Alessandro Baricco: Los bárbaros. Quejas de viejo, Google, análisis superficial, la prosa descuidada de Baricco, en fin.
  24. Raymond Carver: Catedral. No es la edición de Catedral de Anagrama original, sino una selección de cuentos de Catedral y de Puedes hacer el favor de callarte, por favor? No voy a repetir mi admiración por Carver, sólo agregar que la selección de cuentos es buena.
  25. Martin Amis: Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones. Se trata de una serie de artículos de vida social, que quedan muy bien en Playboy pero que poco tienen que ver con la literatura que me interesa. Hay artículos que oscilan entre la obviedad y la idiotez, como el de los Rolling Stones.
  26. Antonio Tabucchi: Los tres últimos días de Fernando Pessoa. Para un lector que ha frecuentado al poeta portugués, la imaginación de la agonía de Pessoa mediada por la visita de sus heterónimos sólo puede verse como un gesto complaciente. Diez años anterior, O Ano da Morte de Ricardo Reis de Saramago es harto superior. Los otros cuentos no están mal.
  27. Roald Dahl: Relatos de lo inesperado. Una pequeña selección de un libro grande, de un gran libro.
  28. Djuna Barnes: Humo. Es como Dubliners, pero sin consecuente novela mayor que sirva de disculpa.
  29. Roberto Bolaño: La universidad desconocida. Poesía de Bolaño: no esperaba gran cosa. Sin embargo, “soy una cama que se sueña piano”… algunas cosas están muy bien, sorprendentemente.
  30. Witold Gombrowicz: Autobiografía sucinta. Correspondencia. Habría que agregar al título “entrevistas”. Por momentos es divertido escuchar a Gombrowicz, por momentos es desesperante: una mezcla de sarcasmo, petulancia, cándida desorientación y agudez.
  31. Copi: Virgina Woolf ataca de nuevo. Copi es otro mito, un pequeño mito argentino; en este caso, un mito hablado en español ibérico. Copi está en perfecta consonancia con cierta literatura que estuvo (y sigue estando) tan de moda: entre el costumbrismo de alguna minoría social, el surrealismo y la pretensión de que hay algo profundo que se está diciendo entrelíneas escritas sin cuidado formal.
  32. W. G. Sebald: Sobre la historia natural de la destrucción. Probablemente el libro más alto de la colección. Con un estilo bellísimo e implacable, Sebald ensaya por qué la literatura alemana enmudeció la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Es la historia de la destrucción de Alemania, la historia de la negación y el olvido obligatorio, de un punto de la historia cuando una catástrofe sobrepasa lo que una persona puede narrar. Un libro extraordinario.
  33. Oliver Sacks: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Una selección de “cuentos” de un par de libros de Oliver Sacks. En realidad se trata de patologías neurológicas con historia, un poco como se escribía en la época de Freud. “Una cuestión de identidad” (y también su excluido compañero “The lost mariner”) llega a alturas líricas al combinar el síndrome de Korsakov con la tragedia de la condición humana; el texto más largo, el que trata del autismo, es revelador y conmovedor a la vez.
  34. Julian Barnes: La mesa limón y otros cuentos. Pese al título, no hay ningún cuento “La mesa limón”. Es más de esta línea de cuentos urbanos que cuentan poco y lo cuentan mal. Mucha mala y aplaudida literatura salió de esta fructífera veta. Como corresponde al tono coloquial, en seguida aparecen las pililas y las pollas, los tíos que son pelmas, cabronazos, pollos, capullos y así.
  35. Jane Bowles: Placeres sencillos. Empezó bien, pero después los cuentos se hicieron incrementalmente aburridos.
  36. Michel Houellebecq: El mundo como supermercado. En parte, sigue la tradición intelectual francesa: muchas ideas rebuscadas, algunas muy buenas ideas. Es menos categórico que otros de su casta, incluidos contemporáneos como Bernard-Henri Lévy. El libro es heterogéneo formalmente (ensayo, entrevista, prosa, cuentos, diálogo poético), pero extrañamente homogéneo en contenido.
  37. Ryszard Kapuściński: La guerra del fútbol y otros reportajes. Los periodistas suelen hacer sus crónicas con descripciones generales, buscando ser poéticas, a vuelo de pájaro. Kapuściński cuenta sus relatos como si los problemas de estado en el tercer mundo fueran problemas de barrio, rencillas entre amigos, y quizás tenga mucha razón. La cercanía humana que logra es iluminadora, un libro excelente.
  38. Tom Wolfe: Las décadas púrpura. El error de concordancia del título es un buen resumen de las deficiencias del peor libro de la serie: el peor traducido, el peor escrito, con el tema menos interesante posible.
  39. Vladimir Nabokov: Una belleza rusa. Nobokov tiene una forma interesante y original de narrar, que ha sido sin dudas modelo de muchos escritores festejados por demás y de menor valía. Todas las historias tratan, de una manera u otra, de la soledad del individuo: un escritor, un vecino excéntrico, un rey.
  40. V. I. Lenin: Testamento político. Otro documento histórico, sin mayor afán literario.

Los 40 de AnagramaUna o dos observaciones globales. Por un lado, la lista final de títulos cambió. En algunos casos se cambió de libro: originalmente Jorge Herralde había puesto “Crítica y ficción” de Piglia; se había hablado también de un libro de Chomsky, “El gobierno en el futuro”, que nunca se materializó. En otros casos, se cambió de título: de Tabucchi se prometía “El ángel negro”; de Bukowski, “Escritos de un viejo indecente”; de Bourdieu, “Sobre la televisión”. En todos los casos, se publicó un libro del mismo autor, con otro título, que incluía el texto mencionado; en todos los casos se trató de compilaciones. Así los títulos muchas veces seducen con una obra conocida, y dentro es una selección de dos o tres textos de ese libro famoso, mezclado con otros dos o tres de algún otro libro menos famoso.
El afán inicial de encontrar nuevos autores arriesgando poco arrojó magros resultados. Muchos autores de fama me resultaron insípidos o directamente repulsivos, y creo que la inauguración de la colección con Auster fue en verdad un mal augurio. Decididamente, el grueso de las publicaciones que dominan el mercado “serio” actual no es para mí: cáscara sin vuelo, texto sin literatura.
Por otro lado, está el tema ya conocido de las traducciones de Anagrama. Una vez discutí con Jesús Zulaika, uno de los traductores que usa la editorial para Carver, sobre el castellano que se elige para traducir en casi todos los libros de Anagrama: marcada, inescapablemente ibérico. Esto duele especialmente en los libros que requieren cierto tono de todos los días, que en esta colección son más que los que yo hubiera esperado, y más que lo que una colección para un país de Sudamérica merecía. Según Zulaika, esto es una decisión política consciente de la editorial, lo cual le quita decididamente belleza a muchos de estos libros. Y advierto que no es un problema de los traductores españoles: el libro de Bernhard y el de Sebald, traducidos por un español, el gran Miguel Sáenz, son perfectos; fuera de Anagrama, los buenos traductores ibéricos abundan, como Angel Crespo o Ramón Buenaventura. El problema es más bien una cuestión de idiosincrasia.
En fin, poco he rescatado de esta colección: autores que ya admiraba o despreciaba, textos menores, desilusiones, una gran melancolía respecto del panorama de la literatura que está y que sigue.