La fotografía digital

No hace mucho, a propósito de una traducción de un artículo de Berger sobre fotografía, un visitante escribió aquí que “desde 1972 ha pasado mucho en la fotografía”. Van GoghDesde luego, el mayor cambio que ha experimentado la fotografía desde 1972 fue la llegada de la tecnología digital: la posibilidad de poder sacar miles de fotografías y ver inmediatamente el resultado (y sin gastar un solo centavo); la posibilidad de compartir este resultado con millones de personas. Pareciera que lo que antes a un fotógrafo le llevaba años de prueba, revelado, error y vuelta a empezar, a un fotógrafo de hoy le lleva unos pocos días. Sin embargo, hay algo que se ha perdido en esta aceleración. El fotógrafo de rollo tenía que pensar cuidadosamente cada toma, puesto que cada exposición conllevaba un trabajo de revelado, un tiempo de espera por el resultado. Aquel fotógrafo iba a tomarse su tiempo, estudiar su tema largamente antes de tomar esas pocas fotografías que iban a ser, con toda seguridad, definitivas. El fotógrafo digital, confiado en sus amplias tarjetas de memoria y en la facilidad del Photoshop, dispara su cámara incesantemente. Esta frase abunda en los foros y en los libros de fotografía digital: “el buen fotógrafo es aquel que exhibe, de las miles de fotografías que tomó, sólo las pocas que considera realmente buenas”. Tal es el paradigma actual: puesto que una fotografía es una rebanada de espacio-tiempo, una cámara digital es un instrumento que permite tomar muchas rebanadas y elegir la mejor estudiándolas en un escritorio. Una vez encontrada la candidata, los errores de la toma serán corregidos con un programa de computadora: el fotógrafo digital está más relajado, no es tan cuidadoso, porque puede arreglarlo todo a posteriori: perspectiva, inclinación, colores, exposición, incluso eliminar objetos no deseados, corregir las proporciones y los detalles anatómicos desagradables de las personas. La tecnología digital ha exacerbado lo que la fotografía siempre fue: no una copia de algo que el fotógrafo ha visto en un momento dado, sino la representación de una realidad ideal. Por esta idea banal, los fotógrafos se consideran secretamente artistas: creadores de imágenes.
Pero corregir no es crear. Los fotógrafos digitales saben, más o menos conscientemente, que las decisiones que pueden tomar son pocas. Pienso en el pintor que parte de un lienzo en blanco, del escultor que parte de una piedra informe: en las manos y el talento de estos artistas está la potencia de crear de la nada algo, de llevar a la realidad algo que está en la imaginación. El fotógrafo, en cambio, debe comenzar con algo que ya está terminado. Cuando descubre qué quiere, tiene sólo dos decisiones por delante: congelar un recuerdo, esa realidad que es un punto de partida, y luego imaginar un ideal de esa realidad, una realidad alternativa que de alguna manera justifique una intervención. Una analogía que se me ocurre es la de un hombre que ve un rostro o un animal en el perfil de una piedra erosionada por el viento. Hay un primer tiempo, que es la busca (o el hallazgo) de la forma sugerente, y un segundo tiempo, donde se construye la historia que sirve de justificación a esa figura, puesto que en el segundo tiempo se presupone que la figura es fatal, no es casual. El fotógrafo es el hombre que le muestra a los otros hombres lo que vio, pero lo que vio, ya que todos pueden ver lo mismo que él, tiene la obligación de ser una mirada especial, de mostrar en lo que todos ven algo que nadie ve. Recuerdo ahora una de las cartas de Van Gogh a su hermano, la que escribió un domingo, el 20 de Agosto de 1882:

Este semana he pintado unos estudios más bien grandes en el bosque, sobre los que he intentado trabajar más a consciencia y con más energía que los anteriores. Creo que el mejor es uno que no es más que un trozo de suelo desenterrado: arena blanca, negra y parda después de la lluvia torrencial. Aquí y allá los terrones reflejan la luz, y se destacan con un fuerte relieve. Después de estar sentado dibujando ese trozo de suelo por un tiempo, volvió la tormenta violenta, que duró al menos una hora. Estaba tan ansioso por seguir que me quedé donde estaba y me refugié como pude tras un árbol. Cuando finalmente paró y los cuervos salieron volando, no me arrepentí de la espera, por los bellos tonos que la lluvia le dejó al suelo. Como había comenzado antes de la lluvia, con un horizonte bajo, de rodillas, tenía que seguir arrodillado en el barro, y por estas aventuras, que se dan por distintos motivos, es que creo que no es en vano ir vestido como un trabajador, porque la ropa se arruina menos. El resultado es que pude volver con ese trozo de suelo de vuelta al estudio.

Si Van Gogh hubiera sido un fotógrafo, se habría llevado una foto de ese suelo brillante. Sin embargo, y aquí está la diferencia, pese a que nunca nos llegó esa obra que Van Gogh consideraba tan lograda, las que nos llegaron no quisieron ser reproducciones de lo que Van Gogh veía, sino creaciones muy personales que tomaron una mirada como punto de inspiración: a Van Gogh le interesaban mucho los colores y sus relaciones, y las formas sugeridas por la naturaleza y las flores y las personas le servían de soporte para hacer un drama compuesto de colores en pugna o en armonía. Van GoghEn esa carta misma es claro que lo que Van Gogh mira no es un trozo de suelo, sino una serie de tonos acentuados por la luz y el agua. El pintor tiene toda la libertad para elegir cómo utilizar su pincel y transmitir esta imaginación; el fotógrafo digital, si tuviese esa intención, no tendría otra alternativa que buscar la mejor toma posible y alterarla, hasta un punto, en el post proceso con algún software. Esta limitación hace que los fotógrafos digitales estén siempre ansiosos por tener en rigor algo para hacer: buscan reglas, técnicas, campos donde exista la posibilidad real de acción, la posibilidad de ejercer efectivamente la intervención. De otra manera, ese espectro de arte al que aspiran los fotógrafos digitales se hace cada vez más restringido: la opresión de un botón en la cámara, la opresión de otros (pocos) botones en el software de edición. La creación en la fotografía es, en el mejor de los casos, una relectura de una obra conocida. En los foros de fotografía, consiguientemente, se aplaude la aplicación de técnicas (digamos, el HDR o la regla de los tercios). Es curioso que, en general, los fotógrafos de la era digital no parecen ser atraídos por la historia del arte, por los artistas que forjaron muchas de esas rejillas técnicas que tan afanosamente buscan, no se interesan en la pintura o en la escultura, y suelen ver la fotografía en términos tecnológicos. Un artista, en el canon de la fotografía digital, es un técnico competente que logra ver mejores siluetas en el perfil de las piedras de siempre.
El segundo fenómeno que afectó la percepción de la fotografía fue la hiperexposición. Se había llegado a un momento en que las “buenas” fotografías sólo se veían en museos, pero hoy una fotografía que antes se consideraba excepcional puede aparecer al azar en Flickr. La publicación masiva de fotografías en foros, blogs y otros lares de internet llevó a la saturación. Los fotógrafos se vieron forzados a una busca constante de la diferenciación, de lograr de alguna manera descollar en un universo donde prácticamente todo el mundo toma fotografías. La calidad cada vez mayor de las cámaras, la oferta inmensa de modelos, la cada vez más simplificada sofisticación de los programas de edición hizo que la competencia fuera enorme. Un síntoma cualquiera: un artículo que leí hoy en el que es probablemente el mejor sitio de fotografía digital de internet, que se titula “Cómo tomar fotografías que se destaquen en la multitud”. El consejo que da es, básicamente, que el fotógrafo debe buscar posturas inéditas: si uno se coloca de una manera inusual, las fotos que saldrán serán inusuales: “si me miran de forma extraña porque estoy tirado en el suelo, usando un apoyo extraño a la vista de todos o apuntando con mi cámara a un objeto aparentemente aburrido porque veo potencial fotográfico, puedo estar casi seguro de que estoy en el camino adecuado”, es decir, la mirada sorprendida del otro es la medida de la sorpresa que provocará mi mirada (Van Gogh no pensaría que, por estar arrodillado en el barro bajo la lluvia, su pintura iba a resultar necesariamente novedosa, o siquiera que la novedad fuera una virtud). Este tipo de consejos, que por cierto abunda, es un reflejo de la desesperación del fotógrafo digital.
Creo que la fotografía ha perdido un poco el aura que tenía entre los artistas, un lugar que le había costado mucho conseguir. A cambio, lo prodigioso: mucha gente puede ahora disfrutar de sus modestos secretos. La escritura o la música, en cambio, no han sufrido esta democión, pese a los blogs o la autopromoción en YouTube: la batalla está en su valor de cambio y no en su valor intrínseco.