Tres traducciones

Quienes conocen bien la historia saben que quinientos años ha el número cinco se escribía como el número cuatro.

Pienso en la superstición de las traducciones homéricas definitivas, cuando lo único que llega a nosotros es la aventura, nunca los hexámetros dactílicos. Por otro lado, ¿cuántos grandes escritores han leído a Homero en doctas traducciones anteriores al siglo XX, notoriamente inferiores a cualquier anónima edición actual de dos pesos?

La etimología es engañosa; hubo quien pensaba que antes había gigantes que tenían piernas con pantorras, tobos y rodas.

César Aira, traductor, escribió un libro en el que lleva al castellano los limericks de Edward Lear. Cuando traduce “There was an Old Person of Philæ”, explica que “Philæ” ha de ser una ciudad de Grecia, e incluso profundiza en su etimología griega: “la ciudad amada”. Un rigor mínimo lo hubiera llevado a un atlas a encontrar que Filé (ó File) es una isla egipcia, cuyo antiguo nombre, Philak, en egipcio significaba “frontera”.

Una ciudad es un palimpsesto; una capa sobre otra y sobre otra, caras y casas borradas por el olvido.

Leo que el biógrafo y editor pessoano Gaspar Simões tenía noticia de una traducción de las obras de Shakespeare que nunca se había encontrado. Hoy, con la publicación online de toda la biblioteca de Pessoa, puedo ver una traducción escrita en ínfima letra entre las líneas de The Tempest.