The Wire (David Simon)

Hay un lugar común, el de la televisión como un opuesto de la cultura: la televisión es puro entretenimiento, se dice, es una de las formas modernas de la adormidera. Jaume Perich, el famoso traductor de Astérix, podría prestarme algunos aforismos de ejemplo: “el cine ayuda a soñar, la televisión a dormir”; “la televisión es a la cultura lo que el microondas a la gastronomía”. No puedo estar de acuerdo cuando existen incontables contraejemplos, en todas las épocas: la BBC, los Monty Python, las obras de directores como Bergman para la televisión o, por supuesto, un puñado de muy buenas series. “The Wire” es una, aunque es una serie que casi me parece secreta: raramente escucho hablar de ella y sin embargo, cuando se habla, cómo se habla. Medios como Salon, MetaCritic, el Telegraph o el Guardian la quisieron la mejor serie de la historia; si voy a imdb.com, veo que su puntaje hoy está en 9.7/10, por encima de las más populares: Sopranos (9.5), Seinfeld (9.4), House M. D. (9.3), Six Feet Under (9.2), Friends (8.9), Lost (8.8). Todos escucharon hablar de cualquiera de estas series; “The Wire” no está en boca de todos, no ganó premios célebres ni tampoco forma parte de esas series hechas por creadores de culto, como el Berlin Alexanderplatz de Fassbinder (8.8 en imdb), el Twin Peaks de David Lynch (9.4) o el Riget de Lars von Trier (8.6). Como ven, es un pájaro extraño.
The Wire salió el mismo año que The Shield, otra gran serie. Ambas comparten el género policial, ambas tratan de la imposibilidad de asegurar el cumplimiento de la ley. Ambas destilan el mismo pesimismo esencial, pero qué series más diferentes. Si The Shield observa muy de cerca la corrupción policial y los coloridos personajes que hay de un lado y del otro, The Wire tiene una mirada más larga: realiza un corte de todas las capas de una ciudad, desde el gobierno hasta la familia, cómo funciona el entramado social, cuáles son las fibras que lo componen. The Shield apuntó a generar entretenimiento con policías que trabajan como delincuentes y con delincuentes que trabajaban para la policía: es una serie vehemente, dinámica, con buena profundidad psicológica en los cambiantes personajes. A The Wire, en cambio, los individuos le interesan menos que las instituciones que los condicionan y los determinan, muestra cómo las acciones de un individuo tienen ecos impensables y terminan construyendo ese “divino laberinto de los efectos y de las causas” que forma el vivir diario en una ciudad. The Wire tiene personajes como el ajedrez tiene piezas; si unos pocos forman pareja o van a beber es porque la familia y el bar son también instituciones, no porque se quiera mostrar un costado más íntimo. Ahí yo percibo su debilidad: no hay personas de carne y hueso, sino (muy buenos) actores que representan roles, aspectos sociales. The Shield es experta en personajes atractivos, queribles u odiables, llenos de subjetividad, de miserias y de calidez humana. Omar es el único personaje de The Wire que podría ser un personaje de The Shield: ni siquiera McNulty, el protagonista, parece tener existencia real por fuera de su engranaje, de su figura simbólica de rebelde. Repito que es una cuestión de perspectiva: la lente macro de The Shield está muy cerca de la gente; The Wire requiere un gran angular a distancia para retratar una ciudad completa. El resultado de esta perspectiva sin dudas entusiasma menos que The Shield, cuyo acicate era la acción continua, la adrenalina de lo imprevisto; yo disfruté The Wire como se disfruta un libro, una novela: relajado en el sillón, un deleite de naturaleza más bien intelectual, que en vez de satisfacer lleva naturalmente al cuestionamiento y al conflicto.
Dije novela; quizás debería haber dicho novela moderna. Estamos muy acostumbrados en el cine y en la televisión a ver reproducciones de la novela decimonónica: el planteo inicial, el desarrollo limpio sin detalles circunstanciales, la separación del bien y el mal, el final moral. En las series policiales, como el mismo David Simon dice, “los criminales existen para validar la existencia de la policía y para afirmar su inferioridad innata en tanto seres humanos”. Creo que la desatención de The Wire a la forma y el fondo tradicionales de las series policiales es lo que probablemente hizo que no sea popular. Como en una novela moderna, The Wire cree en la inteligencia del espectador: la narración no es didáctica, la historia se cuenta en enormes arcos temporales, y la tenemos que reconstruir a través de los discursos, a veces contradictorios, de los distintos personajes. No hay flashbacks, no hay insistencia persuasiva, no hay variedad de casos a resolver, no hay moralidades simples, no hay héroes infalibles o villanos pintorescos, los fracasos son comunes y acaso esperables; las victorias, efímeras, casi personales. Simon quiere que veamos los diferentes colectivos sociales (la policía, el sistema judicial, los gremios, los narcotraficantes, la prensa, el gobierno, la escuela, la familia) como idénticos, puesto que, en su condición de instituciones, funcionan según las mismas leyes. Así pone sutiles simetrías, imágenes especulares en uno y otro lado de la batalla; en todas partes hay liderazgo, decisiones políticas, presión, reducción de costos, peso histórico, condicionamiento, adoctrinamiento, sumisión, censura, castigo, choque de fuerzas, traición, corrupción.
En The Shield y en The Wire (esto es, probablemente en la realidad), los policías eficientes son un poco criminales, con el oído puesto en la calle y siempre listos a negociar; los criminales eficientes tienen una visión más amplia y prácticamente corporativa de su quehacer, y tienen relaciones con la policía. Todo está entreverado; una voz se repite entre los agentes: “un policía es tan bueno como su informante”. Es difícil no recordar a Vidocq, quien inventó, a principios del siglo XIX, la criminología, la policía francesa y el oficio del detective privado. Al revés que la historia de Cruz y Fierro, Eugène Vidocq era un delincuente que se pasó al lado de la ley; conocía muy bien el comportamiento de su clase, y contrataba ex-convictos para que trabajasen de espías para él. Eventualmente tuvo que renunciar a la jefatura de policía y creó la figura del detective independiente, el que se haría fuerte en la literatura con Poe, Chandler, Conan Doyle o Chesterton: un intelectual, como marcó Piglia, que trabaja por fuera de las instituciones para cubrir los lugares vacantes de las instituciones. Dos siglos después está The Wire. Ahora el detective está dentro de las instituciones, está atravesado por ellas, y está destinado (Kafka mediante en el siglo intermedio) a la postergación, probablemente al fracaso. El detective McNulty, como los detectives modelados en Vidocq, intentará romper las redes criminales a fuerza de inteligencia; a diferencia de la literatura de detectives, los rompecabezas de la realidad no son pura lógica, ni siempre terminan bien. “The wire” significa “la escucha”: podría decir que The Wire, en su superficie, trata de la pugna de un grupo de policías por lograr escuchar qué dicen los delincuentes. Una vez que logren escucharlos, tal vez, sólo tal vez, los detectives puedan atraparlos utilizando el ingenio. El drama se desarrolla cuando los policías tienen que pelear en todas las capas jerárquicas para poder efectivamente escuchar: hay una tensión constante entre la posibilidad de la escucha y la interferencia, entre el ruido y la información. Como le pasó a Vidocq, la pelea de McNulty es menos contra los criminales que contra sus superiores y las políticas que rigen en los distintos momentos: percibe que la institución para la que trabaja está, como todas, destruida, y para tratar de reparar las faltas se rebela contra la autoridad y perjudica a aliados y enemigos para lograr lo que quiere. Leí en muchos comentarios la idea de que The Wire está planteada en términos de Dickens; me parece ver más la estructura de la tragedia griega. Hay un momento muy breve en la serie en el que se puede ver que un cabildero está leyendo un libro: se trata de los fragmentos del Prometeo Desencadenado de Esquilo. McNulty y otros encarnan a estos héroes griegos que desafían su destino; cuando degeneran en soberbia, los dioses castigan.
The Wire significa “la escucha”. Clandestinamente la serie nos pone a nosotros a escuchar todas las cosas que se dijeron antes de que alguien diga públicamente algo, nos da todas las piezas del problema para que veamos cuán insoluble es, no importa qué tan inteligente sea el detective. Es interesante ver que Simon escribió The Wire pensando en el público de Estados Unidos; por ejemplo, en la tercera temporada, cuando discute la posibilidad de la legalización de la droga, lo que discute en realidad es la utilización del ejército y la policía como fuerza de persuasión contra ciudadanos, discute la pérdida de la comunicación, la acción por la fuerza, la guerra de Irak. Estos temas los vemos de lejos, como los problemas raciales o el cabildeo y las donaciones políticas. Desde aquí, en Sudamérica, la mirada ha de ser necesariamente distinta, porque vemos nuestras instituciones de forma distinta. La corrupción policial que muestra The Shield, la importación y el contrabando en The Wire, no son invisibles para nosotros. Los ciudadanos de Estados Unidos tienen en general una concepción mucho más respetuosa de sus instituciones, del gobierno, más crédula, más fiel que nosotros, que tendemos naturalmente a la desconfianza y a asumir que nada ya funciona. Simon dijo en una entrevista que no esperaba mucha reflexión de parte de su público, solamente que si alguien promete, por ejemplo, terminar con el narcotráfico, la gente sepa que está mintiendo. Nosotros hace muchos años concebimos esos discursos como una parte inalienable e inocua de la política; nadie pretende ya que lo que diga un político pueda ser cierto, que la prensa es un órgano de verdad o que los policías son adalides de la ley. Pese a todo esto, la literatura trazada por The Wire llega a nosotros clara y limpia; Kafka o Platón hablan también de los bonaerenses.
Es un nuevo y curioso medio el de las series: durante cinco años se fue contando una historia, una historia densa y llena de detalles. A diferencia del cine, con el que siempre la televisión cae en comparaciones desfavorables, una serie tiene mucho tiempo para poder contar cualquier historia adecuadamente. Sesenta capítulos tuvo esta novela; sesenta horas de excelente televisión.