Das weiße Band (Michael Haneke)

Una buena parte de la obra de Haneke trata con dos temas: uno, la naturaleza de la violencia; dos, la violencia en los niños y en los jóvenes, y su relación con la generación precedente. En Benny’s Video (1992) examina la reacción de un niño al ver un video filmado por su padre donde se mata a un cerdo. La ausencia de los padres permite un acto de violencia experimental de parte del niño; podemos pensar que ese mismo niño está en Funny Games (1997), adolescente, ejercitándose en el sadismo sobre una familia que correspondería a la generación de sus padres. En Caché (2005) la relación entre dos adultos se explica por ciertos actos de violencia durante su infancia; ahora los hijos de esos dos adultos confabulan contra ellos. Das weiße Band (“La cinta blanca”, 2009) sigue en esta línea, proponiendo una sucesión entre la educación represiva en la Alemania de principios del siglo XX con la generación resultante, la que se sintió identificada con el fascismo y le dio cuerpo. Haneke fue afinando cada vez más esta fábula, que en Benny’s video y en Funny Games era intelectual, construida; en Caché, humana, posible; en Das weiße Band, sin estilizar, real. Uno entra a la película en los primeros segundos, cuando cae un caballo y su jinete, y la abandona al salir, de una manera brusca, como despertados de un mal sueño. En realidad sí hay actores y escenario, sí hay estilización, pero es tan sutil el trabajo que uno sucumbe al influjo de la figuración. La fotografía, inspirada en Bergman, la narración en primera persona, las actuaciones irreprochables, todo es funcional a esa meta. En este sentido, me trajo el espíritu de Le temps du loup (2003), que finaliza también con una escena donde un niño pone en trágico acto lo que ha entendido de los adultos. Allí Haneke deja sin resolver el nudo dramático; recuerdo también que cuando terminé de ver Caché en el cine sentí esa falta de cierre, la desazón de no tener la respuesta, y la obligación de buscarla. Hoy al ver un final de las mismas características en Das weiße Band, creo que no es la idea de Haneke que leamos la obra desde Agatha Christie, sino que sólo entendamos las consecuencias morales del relato, y que las relacionemos, por ejemplo, con cierta parte incómoda de la historia de Europa (en alemán el título completo agrega “Una historia infantil alemana”), o del presente en Medio Oriente, si así lo deseamos.
Una última nota, quizás inevitable. Hace pocos días se anunció que El secreto de sus ojos, una película argentina muy popular, competirá en los premios de la academia con Das weiße Band por el rubro de mejor película extranjera. Nunca me han importado demasiado los premios Oscar; la historia ha mostrado, quizás como en el caso del Nobel de literatura, que los importantes no son premiados, y que una mayoría alarmante no trascienden la fama del premio. Sin embargo, no deja de producirme escozor, como argentino, saber que la obra de Haneke, fina, provocadora, aguda, profunda, esté siendo juzgada al lado de una película de trazo grueso y voluntad complaciente; peor aún: me subyace el miedo a que los sordos aplausos nacionalistas terminen por relegar esta joya al desprecio acostumbrado al contendiente.