Aparecidos (Paco Cabezas)

Parece extraño que España, que tuvo su época de terrorismo de Estado, que tuvo a Goya, el que supo poner imágenes definitivas al terror político, España, que tiene una larga historia de exiliados mutuos con Argentina, parece extraño que haya sido España quien haya engendrado una película como “Aparecidos”. AparecidosPara el que no la vio (y es que sólo ha logrado estrenarse en muy pocos lugares), trata de dos hermanos jóvenes que viajan a Argentina, a “desconectar” a su padre comatoso y a hacer los papeles de la herencia; su madre se habría separado de él hace veinte años, mudándose a España con los pequeños. En el viaje se encuentran con los fantasmas de los desaparecidos durante la dictadura militar argentina de 1976. No conviene revelar la verdadera trama, que se supone llena de sorpresas para los no-argentinos, pero que viene casi cantada para los que conocemos el trasfondo. A nosotros nos llevó años de cine catártico exorcizar y madurar esa época nefasta; películas como Garage Olimpo (1999) siguen dando cuenta de ella. “Aparecidos”, con sorprendente liviandad, no sólo la retoma desde el cine de entretenimiento: apela a todos los clichés posibles, fruto de escuchas superficiales y de la lectura del “Nunca Más” en plan cuento de terror. No hay lugar común que falte: el Falcon verde, el submarino, la picana, la embarazada en la sala de torturas, el represor que es la incorporación del mal.
Hay un momento, casi al principio de la película, donde los protagonistas miran un sucedáneo de La masacre de Texas en la televisión y discuten brevemente alguna teoría sobre el cine de terror. Se recordará la trama de esa película de los años setenta: dos hermanos viajan a una vieja propiedad de la familia, donde se estaban perpetrando vandalismos sobre los muertos del cementerio donde está enterrado el abuelo. Allí, en un pueblo perdido en medio de la nada, aparece el mal, encarnado en un psicópata, que se encargará de torturar, mutilar y asesinar a los protagonistas y sus amigos. Aparecidos apela a la misma estructura: los hermanos viajan a un pueblo lejano (Argentina, un pueblo para España, a juzgar por la imagen que deja la película), la tierra de su padre, y se encuentran con un monstruo malvado que persigue a sus víctimas a donde vayan para torturarlas y matarlas. En el afán de la mímica de la película original, no falta siquiera la escena de la chica empalada en un gancho de carne, completamente ajena al proceder de los represores argentinos. Los populosos centros de detenciones de la dictadura que hizo desaparecer oficialmente a treinta mil personas se reducen en la película convenientemente al sótano de un perverso. No es la única reducción: Argentina pasa a ser un páramo tercermundista donde no se construyen carreteras porque “no bien se cava se encuentra un muerto de hace veinte años”, donde los autos están tan oxidados “que cuentan historias de terror en sí mismos” (sic) y el empleado de una estación de servicios es un mono que gesticula y que se parece sospechosamente a Tévez. Naturalmente la acción trascurre en el lugar natural más vistoso posible: el sur del país, el destino de los turistas españoles. Pero volviendo a The Texas Chain Saw Massacre, mientras en Argentina nos preparábamos para una de las épocas más horrorosas de nuestra historia, Tobe Hooper trataba en su película de denunciar las políticas de estado no menos horrorosas de su propio país respecto a la Guerra de Vietnam. Seguramente el director Paco Cabezas, admirador de Hooper, pensó en ese valeroso destino.
Es que la idea en sí de que hay fantasmas que requieren la atención de una sociedad (como quiere también la película española) o de una familia, esa idea que nos fue enseñada por el cine de terror oriental más reciente, no hubiera estado mal aplicada en este contexto. Hay un buen momento donde el protagonista trata cada noche de salvar a las víctimas y, ante su frustración, mueren cada vez: una pesadilla sin dudas verosímil para mucha gente que vivió esto de cerca. El resultado banalizó esta idea, perdida en un guión escrito en el mostrador de un video club rodeado de películas de terror, según narra orgulloso el director. Uno entiende que el cóctel era casi irresistible: en la década dominada por el cine de terror de fantasmas y el cine de terror de torturas, alguien mordió el obvio anzuelo para amalgamarlos. Y entonces no es tan extraño que, inspirada por los films de Guillermo del Toro, haya sido España quien haya mordido, porque conoce nuestra triste historia y porque supo capitalizar las tendencias de moda del terror desde el 2000 emitiendo rápidamente películas comerciales para Estados Unidos. Ignoro -aunque sospecho- las razones por las cuales Aparecidos (2007), pese a contar con actores locales, no ha sido estrenada en cines comerciales de Argentina; no sé qué habrán pensado los españoles, pero sé lo que piensa un argentino o dos.