Ser escritor (Abelardo Castillo)

Es un libro un poco atípico. Su tema es la comunicación de un credo literario. Ese credo aparece en el libro en dos formas: en la descripción de la tarea del escritor, su oficio literario, su estilo, su estética, sus razones; también en una serie de “irreverencias”, es decir, opiniones livianas sobre otros escritores que configuran el universo literario de Abelardo Castillo, un universo mayormente argentino, con la adición de algunos “clásicos universales”. Cabe decir que en general en esas irreverencias no es demasiado irreverente que digamos, no le pega duro a nadie importante, con la excepción de un blanco fácil, Mario Vargas Llosa. Tiende a estar apasionadamente de acuerdo con el consenso general, defiende y rescata a Arlt y a Gombrowicz cuando ya fueron harto defendidos y rescatados, especialmente por Piglia, un escritor que Castillo se obstina en ignorar. No hay mucha profundidad en lo que escribe en ninguna de las dos partes del libro, ni en la enseñanza del oficio ni en el cotilleo literario, pero el libro se deja leer fácilmente, es ameno y comprador. Compensa ampliamente con la sonrisa la carencia de seriedad o ideas nuevas. Ejemplos de la primera parte:

  • Si tiene tendencia a escribir cristal, en vez de vidrio; rostro, en vez de cara; ascender, en vez de subir; o utiliza expresiones como ¡bingo!, pantaletas, carrusel, dése una vuelta por el mundo real.
  • No te tomes en serio eso de querer a tu arte como a tu novia. [Horacio] Quiroga lo escribió para enamorar a una alumna suya del secundario.
  • Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas.

Ejemplos de la segunda parte:

  • El error [de Bioy Casares], ya irremediable, es haber escrito un Diario.
  • [Macedonio Fernández] es un malentendido nacional, de orden benévolo.
  • Un país donde ha escrito [Domingo Faustino] Sarmiento ya puede, sin pudor, hablar de literatura.
  • No haber leído a [Eduardo] Wilde en la adolescencia, siendo argentino, es una especie de grave defecto moral.
  • [El Martín Fierro] es el único libro que se salvaría si desaparecieran todas las bibliotecas. El único que se podría rehacer, palabra por palabra, recurriendo (…) a la memoria dispersa de la gente.
  • Que el reconocimiento final de Gombrowicz haya venido de Europa, es una prueba más de que, en el fondo, este caballero polaco era meramente un compatriota.
  • El defecto de Arlt era un exceso de lo mismo que aquejaba a casi todos los escritores argentinos de su tiempo [el estilo], y si hoy lo notamos es porque es casi el único al que seguimos leyendo.

Como se ve, hay una mezcla de humor, ingenio y verdad en estas líneas. Los textos del libro son siempre cortos (dos o tres páginas como mucho cada uno) y se habla de escrituras y escritores, algunos recurrentes como Borges, Arlt o Sartre. Se cuentan anécdotas de primera y segunda mano muy buenas, como en un fogón o en una cena, como de amigo a amigo. Hay una cierta complicidad esperada o construida en el lector; a las doscientas y pico de páginas se acaba y uno hubiera querido reírse un rato más con Abelardo, porque uno termina ya tutéandolo en esa mesa de café que es “Ser escritor”. Pero con la pérdida del “usted”, Castillo también pierde el que lo tomemos muy en serio; tal vez ésa haya sido su intención. Logra al menos llegar a ser uno de esos escritores “a los que uno, después de leerlos, quisiera llamar por teléfono”, según la cita de Salinger que copia en el libro (para después decir que “hay otra clase de escritores a los que mejor no conocer: la mayoría”).