Klimt (Raúl Ruiz)

No hace mucho escribí unas líneas sobre el Rembrandt de Greenaway; Raúl (Raoul desde el exilio) Ruiz, que comparte la generación de Greenaway y el oficio de pintor, un año antes decidió también tomar las riendas de una película sobre un artista del lienzo: Gustav Klimt. El tema era interesante, la inclusión de John Malkovich era atractiva, tanto por su fama como por su parecido físico, y sin embargo la película, igual que la de Greenaway, zozobró en la apreciación del público. La mayor parte de las reseñas que leí se apura a decir o bien que la película es un bodrio, o bien que ignora la realidad histórica (o ambas cosas a la vez). Se denuncia más que nada que la película parece sugerir que Klimt murió de sífilis cuando la verdad es que murió de pulmonía, luego de un infarto. Es sabido que Ruiz investigó cuidadosamente su personaje, pero aún sin conocer ese celo, la sola trayectoria del director debería haber servido para sospechar que cualquier desviación era necesariamente deliberada. La subestimación de este punto conflictivo por ambos lados, director y espectadores, determinaron sin dudas el fracaso de la película. Pero vamos por partes. Antes que nada hay que decir que se trata de una obra en la que es díficil entrar, hecha a la manera de las películas de arte de antaño, con mucho de Welles y de Resnais. El primer obstáculo para su apreciación es, entonces, formal: la narración no es lineal, no hay intención biográfica, las pinturas de Klimt escasean, la más famosa, El Beso, fue eludida. Esto deja por fuera a una gran parte del público: el entusiasta casual de Klimt, el que conoce alguna pintura, el que espera un biopic que le muestre un poco más del artista, a la manera de Hollywood. Un segundo obstáculo, derivado del primero, parece estribar en que, sin conocimiento previo de la vida de Klimt, tanto el contexto como los personajes y sus diálogos se hacen del todo incomprensibles. El problema más importante, sin embargo, es la aparente multitud de temas tocados en la película, que deja al espectador todo el tiempo tratando de entender cuál es el importante, el principal. Ruiz decidió hacer una “fantasmagoría” (en sus palabras), cuyo centro es Klimt, pero cuyos componentes satelitales son en parte surreales, en parte históricos, en parte decorativos, en parte metafóricos. Algunos de estos temas vale la pena recordarlos: la relación entre pintura y cine, que Greenaway había intentado con Vermeer, aquí está puesta en escena con Méliès, con el que Klimt quedó fascinado (incluso uno de los hijos de Klimt fue cineasta); las discusiones estilísticas, las vanguardias del arte enfrentadas; la idea de la copia, del doble, de los espejos. Voy a destacar dos de esos temas, que están unidos por una misma metáfora, el punto que casi todo el mundo usa para ningunear la película. Sobra ya decir que el centro de la obra de Klimt es la mujer. Creo que nadie como él supo representar la sensualidad femenina, y también sus miedos, la mujer como una amenaza. Klimt fue un notorio mujeriego, nunca se casó, tuvo múltiples amantes en prostitutas o mujeres de alta sociedad (como Alma Mahler), tuvo un número indeterminado de hijos bastardos, tuvo una compañera, Emilie Flöge, a la que amó hasta el día de su muerte. El sexo interesaba de sobremanera a Klimt, como interesaba a la Vienna de su tiempo: Klimt no podía ignorar a sus contemporáneos, a Freud, a Schnitzler, quienes no se ignoraban entre sí. En esa fascinación muchas veces ronda también el miedo a la muerte: hay mujeres dominantes en la obra de Klimt, terribles, incitantes como la bella Judith, pintada en dos ocasiones, que utilizó la seducción para cortarle la cabeza a Holofernes. Klimt temía a la muerte propiciada a través del sexo en su forma más vulgar: la sífilis, con la que ya tenía experiencia desde su juventud. En su famoso Friso Beethoven, se dice que la sífilis aparece representada entre las “fuerzas hostiles”, en el lado del mal. Por eso Ruiz pone la sífilis en juego: Klimt se está muriendo (no se dice de qué) y fantasea en el recuerdo con sus mujeres y con sus temores, el sexo que engendra hijos y muerte por igual. Hay un personaje que tampoco es biográfico, Lea de Castro, modelada tal vez en Theda Bara (que dio una Cleopatra al cine en 1917), o más probablemente en Cléo de Mérode, la más bella de su tiempo, se decía: tal vez la única mujer que no naufragó en los brazos de Klimt el conquistador. Esa mujer ambigua, como la Angelique de All that jazz, es una forma femenina de la muerte, que se esconde a través de apariencias y reflejos, y también es una musa para Klimt, un objeto permanente de deseo e inspiración.
El otro tema que quiero tocar es la segunda metáfora que se esconde detrás de la sífilis, o la misma metáfora aplicada a un contexto más grande. Berta Zuckerkandl cuenta que una vez Rodin fue a Viena, en ocasión de la muestra de la Secesión sobre Beethoven, para conocer a Klimt. Se sentaron juntos, rodeados de bellas y jóvenes mujeres, y Rodin le preguntó a Klimt: “Nunca antes había experimentado una atmósfera así: tu fresco trágico y magnífico sobre Beethoven, tu exhibición inolvidable, como un templo, y ahora este jardín, estas mujeres, esta música. ¿Cómo se explica?”. Klimt respondió con una sola palabra: “Austria”. Y es que Austria bullía en una época prolífica, y voy a repetir esos nombres: estaba Freud, estaba Schnitzler, estaba Kafka en el norte, estaba la Secesión de Klimt, la nueva música culta se debatía ahí mismo con Mahler, con Richard Strauss (los herederos de Beethoven), con Schoenberg. Ruiz hizo un gran trabajo de síntesis con todo eso: la música remite constantemente a las obras de esos grandes, la narración responde al estilo onírico de Schnitzler, hay un personaje misterioso que es en todo kafkiano. Sin embargo, esa Austria brillante estaba condenada a la muerte; en palabras de Ruiz, “las primeras semillas de la decadencia eran evidentes casi desde el vamos, ya que tanto brillo es raro que dure”. Luego agrega: “en la película tenemos a Klimt, su vida privada, el mundo alrededor en todo su esplendor, pero en el fondo vemos algo maligno que poco a poco gana prominencia: algo contagioso”. La primera lectura, la inmediata, es que eso maligno y contagioso es la sífilis. La sífilis es mucho más vieja, de ninguna manera gana prominencia en la época de Klimt; más bien lo contrario. Pero es claro, por el contexto anterior, que Ruiz quería que la sífilis fuera metáfora de ese cambio orgánico que devendría en muerte, la muerte de una cultura. A Ruiz le hubiera gustado que Klimt muriera de sífilis: Klimt, símbolo del período dorado de Viena, exuberante y moderno, que muere al mismo tiempo que el Imperio Austro-Húngaro, con la Primera Guerra Mundial. Por eso Ruiz pone de vez en cuando la irrupción de “las noticias del frente”, y por eso no pone en claro de qué está muriendo en realidad Klimt, para sugerir esa otra lectura sin contradecir expresamente la realidad histórica, que no era tan conveniente a su visión. Esto resultó, en cambio, en que todo el mundo resaltara la falsedad de la hipótesis, y que nadie pensara en su por qué. Fue como una mancha que contaminó el resto de la pintura de Ruiz.