La señora K.

No, no Cristina, ya me atajo. Salió otro libro más sobre Kafka (”Franz Kafka, ficciones y mistificaciones”, Josef Cermak), cuyo objetivo es destruir las conversaciones de Janouch. Juan Forn apunta en Página/12 que un retrato realista de un personaje sagrado a ciertas convenciones siempre es seguido de la reconvención de aquellos que pretenden sostener tal imagen. Este nuevo libro quiere borrar a un Kafka ajeno a la construcción dark que siguió a la publicación de sus libros; está prologado por María Kodama, quien escribe:

El deseo de apoderarse de la obra de un escritor ha sucedido desde el alba del mundo hasta nuestros días. Curiosamente, los destinos de Borges y Kafka se acercan en esta suerte de vampirismos de las rémoras. Ambos, ya transpuesto el Gran Mar, como llamaban a la muerte los florentinos, fueron y son víctimas de la voracidad de quienes, muchas veces sin conocerlos, escriben supuestas biografías y conversaciones, que ocultan la ambición de lograr un lugar en la literatura al que nunca accederán por mérito propio.

Naturalmente no habla de Janouch y Kafka, sino de Borges y Bioy Casares. Cuando se publicaron los diarios de Bioy sobre Borges, anoté que el libro destruía la imagen que uno tenía de Borges, sea a través de su literatura como de sus biografías. También dije que María Kodama estaba furiosa, porque es notorio en el libro que ni Bioy, ni casi nadie, la quería. Rebajarlo, como se ha hecho con Janouch, a un advenedizo sin obra era un dislate; que nadie como Bioy conocía a su mejor amigo era de conocimiento público; el libro de Cermak le vino como anillo al dedo. Ahí Borges es equiparado a Kafka, y Bioy Casares a Janouch, quienes escriben “supuestas biografías y conversaciones” ambicionando sin mérito “lograr un lugar en la literatura”, porque, ¿qué hubiera sido de Bioy sin Borges?, deja implícito la viuda. Sugiere que hasta después de la muerte le chupa la sangre (y que nadie hable de proyección aquí, ¿eh?), incluso después de la propia muerte de Adolfo Bioy Casares.
Si uno cree en la versión de Bioy -y el libro es demasiado brillante para la desconfianza-, toda biografía anterior queda invalidada. La conversación docta, ingeniosa, agresiva de Borges hoy ya es parte indisoluble de la construcción de nuestro primer escritor, así como sus debilidades y sus aspectos más humanos. El libro de Janouch abre también una nueva ventana sobre la personalidad de Kafka, harto agobiada por la sombra de sus libros, una ventana a contrapelo una vez más de las biografías académicas. De Kafka se pretende saberlo todo (hay material ingente: cartas, diarios, referencias de primera mano, escritos supuestamente autobiográficos, etc.), y es por eso que el libro de Janouch discorda tanto. Borges, quien ha construido una imagen pública (ver “Borges y yo”) de venerable anciano, culto y caballero, con estudiadas gotas de gorilismo para que no sea perfecta, de repente muestra a través de las incontables páginas de Bioy un caudal nuevo, que lo desarma y desarma a quien lo lee, devolviéndonos una medida distinta, no menos admirable. Mal que le pese a la señora K., ese enriquecimiento no puede ser substraído de la realidad con desautorizadores agravios.