¿Y el rock argentino?

“Rock nacional” ya me suena mal. Me dicen que hoy en otros países por “rock nacional” entienden “rock argentino”, hasta tal punto llegó la nomenclatura de esa reacción chauvinista a “las invasiones inglesas” de los Beatles et al. Pero ni bien comienzo a escribir ya entro en la digresión. Este post deviene luego de que una infinita tristeza emanara de la radio, en la forma de nuestra música actual. Esa tristeza que otros erróneamente atribuyen al paso de los años, a la incapacidad de identificarse con los nuevos movimientos de un género que se asocia automáticamente a la juventud. Me gustaría volver a contarme la historia, a registrarla aquí a vuelo de pájaro, para saber al leerla si me traiciona la nostalgia o realmente somos más pobres. Tomando inspiración en algunos intentos mexicanos que quisieron castellanizar a Elvis Presley, en Argentina se comenzó a cantar en nuestro idioma esa música que indivisiblemente se ligaba al inglés, y que lleva un nombre en inglés. Del plagio pasamos (yo no había nacido, pero me hago parte) a la identidad, y para mediados de los ’70 había claramente una voz distintiva, diferente a lo que se hacía afuera. No doy todavía nombres, porque quiero apurarme. Para los ’80, volvía la democracia y aparecía otra nueva generación, cada vez más exitosa, con mucha personalidad. El “rock nacional” se exportaba, y ahora invadíamos nosotros los otros países latinoamericanos. No dejábamos de escuchar lo que sucedía afuera, y todo se combinaba, se hacía parte de esa sopa creativa. De repente hubo un incidente, y toda esa creatividad murió, y parece que se redujo cada vez más a la copia de una parodia honesta que cuatro tipos hacían de los Rolling Stones. Un grupo que había comenzado con una puesta circense de bailarinas desnudas y monólogos y música plural, en ese período fue manejado a la fuerza por su propio público, convertido en tribus que agitaban banderas y se pegaban entre sí. Ahora voy a dar nombres. El incidente fue la llegada del gobierno de los ’90 que, entre otras ofensas, divulgó el desempleo y encomió la ignorancia. La última banda que aludí se llama Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que trajo una propuesta muy original en términos musicales y que para principios de esa década involuntariamente dio nacimiento a un monstruo que tomó por asalto la música. En vano trató de escaparse con sonidos modernos, y fue a la postre derrotado por sus seguidores, que buscaban cada vez más perfectamente la muerte. De ahí en más, la música pasó a segundo plano. Los Piojos, La Renga, Intoxicados, Bersuit Vergarabat y otros menores, todos dieron nombre a esa derrota. Algunos de esos grupos surgieron de las filas culturales de la nueva generación, otros simplemente siguieron el espíritu de los tiempos, y se mudaron a la cumbia, o al rock directo según el axioma de fines de los ’60. La semana pasada se celebró un festival de rock que se supone “el más grande”, organizado por una marca de cerveza que identifica impecablemente esa cualidad nihilista, sin pretensiones, que envuelve el movimiento. Y aquí se ve: Los Piojos, un grupo que se parece sospechosamente a su nombre, fue el número central para la gente. Un invitado “de lujo”: una planta puesta en un cantero cerca del único grupo que intentó algo nuevo en la escena, Catupecu Machu, un intento sin dudas atendible, pero no menos catastrófico en la trama de esta descomposición final. Otro invitado “de lujo”: un zombie que usurpa el nombre de un músico genial de los ’70 y los ’80 produciendo unos ruidos para Los Ratones Paranoicos (ese arquetipo platónico de Los Intoxicados y Viejas Locas, grupos cuyo inverosímil líder, “Pity” Alvarez, es saludado como el nuevo genio de nuestro rock). Y es hora de recordar que en 1982 Charly García dio un recital de extraordinaria calidad en el estadio de Ferrocarril Oeste y sus “invitados de lujo” eran Renata Shussheim, Pedro Aznar y Mercedes Sosa; el mismo Pedro Aznar que había sido capturado por un músico de la talla de Pat Metheny (de no haber sido inconsciente al volante antes de estar inconsciente en una cama de hospital, ¿Gabriel Ruiz Díaz podría ser capturado por Pat Metheny hoy?). Ese tal Charly García era el mismo que había formado con el tal Pedro Aznar un grupo llamado Serú Girán, que fue invitado para que tocara en el Monterrey Jazz Festival, en la misma noche en la que tocaba gente como Weather Report o John McLaughlin o Hermeto Pascoal o Edgberto Gismonti (¿Bersuit Vergarabat podría formar parte de un festival así?). Teníamos también a Luis Alberto Spinetta, que fusionaba jazz con rock progresivo, y se negaba a subestimar la inteligencia de la gente (Los Piojos fusionan al Jagger menos inspirado con la murga callejera de Uruguay y unos desaforados que gritan temas de Sergio Denis en las canchas de fútbol). Pero me alejo de esos gruñidos: por otro lado, por detrás, algunos se han dedicado a “emprolijar” lo que quedaba. Un pianista new age que había sabido reconocer a los primeros Redonditos de Ricota, junto a un bajista muy reputado y de extracción jazzera, un líder experimental de los padres fundadores y un guitarrista de un popular grupo de reggae, declararon la guerra a las aristas de la música de cánones menos populistas. Lito Vitale, Javier Malosetti, Gustavo Santaolalla y Afo Verde, juntos o por separado, produjeron discos insípidos, obligaron a músicos de renombre a hacer el ridículo a cambio de dinero, jugaron a ser el doctor Frankenstein, impulsaron un modelo de música inofensiva y agradable para el oído de cualquier ama de casa. Paralelamente, financiado por el gobierno ya nombrado, un empresario ambicioso fundó una radio conexa a este “rock nacional”, que en realidad comenzó repitiendo unos pocos temas de fama, y terminó asimilada a la movida de estos cuatro próceres del comercio, evitando cuidadosamente la difusión de otra doctrina que la lavada oficial, cuando en la “vereda de enfrente”, en la radio canónica de rock and roll unos pocos energúmenos reemplazaban distraídamente la emisión de música por la candorosa exhibición de sus deficiencias intelectuales. Y mientras tanto nosotros nos hemos empobrecido, y aún los talentos de antaño se limitan a repetirse o muestran sin ambages el resultado de muchos años de exceso. Seguramente habrá alguno que diga que afuera la creatividad está igual de estancada, pero es un consuelo falso. En otros países se sigue creando, tal vez a un ritmo aminorado, pero una música de 2008 suena a 2008, pese a que nosotros parecemos sumisos a pagar por esos eternos retornos nietzscheanos de grupos como Iron Maiden, Deep Purple o los Rolling Stones. Con certeza hasta en ese aspecto reflejamos nuestra mirada retrógrada. Y esta amarga nota de protesta, ya lo sé, merece los adjetivos de ahogada o resignada, qué duda cabe. Pero releo lo escrito, y “rock nacional” me sigue sonando mal, qué le voy a hacer.