“Prisión Perpetua” (Ricardo Piglia)

A Piglia me lo presentó Ericz recomendándome Respiración Artificial. Me pareció un gran libro, populoso, candidato a la relectura periódica. Luego Palimp me indujo a El Último Lector, que disfruté muchísimo. Luego vino Formas Breves, pero para ese entonces yo ya estaba completamente cautivado. Aprender más tarde que Piglia actuó vergonzosa, indignamente siendo el adversario de Nielsen en un famoso juicio no menguó mi admiración por sus libros, como es natural. Anagrama aparentemente se decidió a editar la obra completa de Piglia (por fortuna para nuestros bolsillos, imprimiendo en Argentina), así que este mes fue el turno de Prisión Perpetua.
Terminado el libro, recordé haber tenido la misma sensación al terminar de ver “Lost Highway” de David Lynch: deleite mezclado con confusión, con ganas de saber más, con la idea de haberme perdido muchas cosas en el camino. Sería incapaz de escribir en pocas palabras la trama como arriesgadamente han hecho los editores en la contratapa; la trama, si es que existe, va por detrás de las palabras (me animaría a decir que las dos novelas cortas que componen el libro comparten la misma trama, pero soy incapaz de justificar esta aserción). El libro se compone de pequeños núcleos enhilados, con destino incierto. En estos núcleos hay mucho de intención autobiográfica, la construcción de un Piglia posible para los lectores, a través de su alter ego Renzi, aunque no está dicho quién narra. También son usuales los cruces literarios, como las habituales alusiones a Gombrowicz (que Bolaño no supo reconocer en Respiración Artificial). Si bien línea por línea la forma es canónica, en el total es altamente experimental; como en esos cuadros de Brueghel, suceden muchas cosas en el plano pequeño, y uno intuye que esas cosas tienen secretas o veladas correspondencias con otras de otras partes del libro. Un ángulo posible para abordarlo es la forma microscópica en la que lee Piglia. En El Último Lector hay un momento donde persigue el significado de una papa en el bolsillo de Poldy Bloom a través de ínfimas pistas dispersas o perdidas en el Ulysses de Joyce. Piglia hace de detective, y busca en la selva que es ese libro, e incluso coteja las traducciones. En el mismo Prisión Perpetua hay indicios de que el libro admite esa lectura. En alguna parte se habla de una “serie de acontecimientos imperceptiblemente simétricos”; luego de “una forma circular, que remite de un punto a otro de la estructura, un relato que sin embargo funciona como un juego de espejos, o una adivinanza”. En esa estructura, “una palabra debe remitir a otra“. Piglia, que adhiere a la teoría de que los libros construyen lectores, que ha tomado esa rama de la tradición borgeana que es postular al lector por sobre el escritor, a valorar más al escritor por su forma de leer, y por su forma de hacer leer a sus lectores, Piglia quizás buscó ese tipo de lectura con este libro singular. “Un lector ideal aquejado de un insomnio ideal”, como el mítico lector del Finnegans Wake: lejos estoy de ese arquetipo, y por eso tal vez yo lo recibí de otra manera, como un fluir que está más cerca de la forma casi irracional en la que percibo la música (así me dicen que se percibe el último film de David Lynch, “Inland Empire”). Pienso en una analogía: ¿qué me ocurre al escuchar una sinfonía de Mahler? Uno percibe todas esas cosas que van surgiendo, esas melodías que entran y se confunden con otras, que vuelven a surgir en otro movimiento, transformadas, mezclas de tonadas populares con acordes disonantes, lo dulce con lo áspero, lo inexplicable y lo inesperado, y el sentimiento final de intensidad, de haber vivido muchas cosas en un período relativamente corto de tiempo. Ahora, uno no puede describir la sinfonía como un todo, y probablemente no haya entendido o captado las implicancias de cada acorde, de la elección de cada instrumento en cada momento, como sí acaso lo podría hacer con la música popular, pero aún así sabe que la experiencia fue extraordinaria, densa. Lo mismo me sucedió con este libro.

Postdata: Piglia en alguna entrevista contó que un preso, uno que nunca había leído un libro, leyó “Prisión Perpetua” pensando en su propia situación de encarcelado. Le escribió una carta al escritor contándole sus impresiones; el preso eventualmente comenzó a leer otros libros, estimulado por Piglia, y en sucesivas cartas comenzó a describir primero lo que él vivía, y luego, en un sentido ya literario, a escribir lo que él vivía. Finalmente salió de la cárcel, acaso publicó un libro. Escuché este relato y luego pensé que bien podría haber sido parte del libro, y tal vez lo sea, como un apéndice en la realidad de un objeto que uno creía limitado a algunas hojas y algunas letras.