“Un enemigo del pueblo” (Henrik Ibsen)

En 1882, el año en que Robert Koch descubriría que la tuberculosis era causada por una bacteria, Ibsen publicaba En folkefiende (“Un Enemigo del Pueblo”), donde un complejo de aguas termales se contamina a través de los microorganismos de las aguas servidas, provocando un dilema moral entre dos hermanos, uno doctor y el otro intendente del pueblo. El doctor quiere alertar que los turistas en vez de curarse se están muriendo; en lugar de ser aclamado por este descubrimiento se lo hunde por pretender llevar a la quiebra al pueblo, atentando contra su principal atracción y medio de supervivencia.image
Este año Sergio Renán propone una puesta de esta obra en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Hay actores de primera línea: está Alberto Segado, a quien yo ya había visto en Copenhague, y quien muestra nuevamente su altura extraordinaria, en el papel del intendente. Está Luis Brandoni como el doctor, es decir, otra vez haciendo de hombre bueno abusado por el poder. Me pregunto si este tipo de papeles son funcionales al Brandoni político; el público, hambriento de héroes morales, se veía complacido con esta imagen, a juzgar por el aplauso de pie robado en ciertos momentos del discurso donde representa al político (en el sentido ateniense de la palabra) honesto y comprometido. Con todo, la actuación de Brandoni es notable: de corte naturalista, probablemente una herencia menos del teatro que de la televisión.
Pero la puesta en sí es lo flojo. Se nota la voluntad de acercar la obra, y sin embargo en todos los planos este acercamiento queda a mitad de camino. La adaptación del discurso no parece ser nunca total, y así se cruzan localismos (el voseo, lo coloquial), el lenguaje formal y ciertos aggiornamientos de dudoso tino (dólar por corona, por ejemplo). La escenografía trata de sacar provecho de los recursos que ofrece la sala, no obstante lo decorativo muchas veces no se justifica desde el punto de vista funcional, lo que remite al estilo del teatro antiguo, el de Chejov, digamos. La acústica misma se vio resentida por la elección de materiales, como la madera de las paredes. Pero estos son detalles; lo decepcionante es cómo queda la obra de Ibsen. Ciertas cosas remiten a 1880, y otras están traídas al presente; muchas ideas interesantes son apenas esbozadas y uno hubiera esperado una mejor explotación. No hay un enriquecimiento, no hay una nueva lectura, no hay una actualización con los sugerentes elementos de la obra (política, corrupción, liberalismo, medio ambiente). Esta es la segunda vez que “Un Enemigo del Pueblo” se monta en Buenos Aires; la primera, en 1972, fue basada en la adaptación de Arthur Miller, quien la leyó en el contexto de los Estados Unidos de Truman. Hoy uno hubiera esperado una nueva revisión, de forma que, en vez de la cosa antigua de los baños termales, se tratara de las papeleras contaminantes, por ejemplo. En la época de Ibsen, la idea de que el pueblo pudiera no tener razón y decidiera ir contra la moral era escandalosa; hoy, en Buenos Aires de 2007, nadie cree ya que el pueblo no se equivoca; la honestidad tapada por los intereses económicos son cosa periódica. Ante estos problemas, Renán radicaliza las antinomias morales en pos del efectismo; para estar aún más seguro de la complicidad de su público, emite un puñado de chistes fáciles. El resultado es que no vemos la obra original en el contexto de Ibsen, pero tampoco una puesta al día. Pese a la ovación final, me quedó el sabor de la contingencia: hay grandes actuaciones, sí, pero también una incurable timidez, una ausencia completa de riesgo.