Roger Waters en Argentina, otra vez

Hay gente que prefiere hablar de los tecnicismos: que Waters hizo playback en algún tema, que su voz no era la de antes, que panem et circenses, etc. Yo prefiero aludir a la emoción de estar en el centro de un gigantesco sistema de sonido polifónico, expuesto a música e imágenes implacables. No las bellas imágenes que proyectaba la pantalla del escenario, sino las que una persona de treinta y pico ha ligado inexorablemente a una vida de episodios cuya banda sonora fue Pink Floyd. Cada nota, cada acorde, cada textura de sonido tira de esas cuerdas íntimas que nos mueven, remueven recuerdos, fotos, personas, lugares, emociones, y en ese viaje alucinatorio al pasado uno vuelve a saber quién fue. Magia breve e intensa, la de Roger Waters. Que otros hablen del prisma que difracta y el cerdo que vuela.