Los detectives salvajes (Roberto Bolaño)

Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda, tanto valdría hablar de felicidad obligatoria.

Trabajar con fragmentos de Borges ya es costumbre mía, pero en este caso es quizás incluso apropiado. Hace tiempo me venía sintiendo obligado a leer a Bolaño, del que dicen que es el Borges chileno, del que dicen que es el Cortázar chileno, del que dicen que es el mejor escritor que dio Latinoamérica en los últimos, ¿cuántos? ¿diez, veinte años? Luego de indagar el mejor comienzo posible para comenzar con tan famoso escritor, fui tras Los Detectives Salvajes, una novela cuasi-autobiográfica, de la época en que Bolaño vivía en México, junto con su compañero Mario Santiago Papasquiaro. En la novela Bolaño se llama Arturo Belano, Papasquiaro se llama Ulises Lima, el movimiento infrarrealista se llama real visceralista. A lo largo de incontables páginas, estos dos personajes recorren el mundo, están con hombres y mujeres, la marea los lleva y los trae y son muchos hombres, sucesivamente. Desconozco el final: luego de batallar contra el libro, decidí a la postre abandonarlo, habiendo leído tres cuartas partes del ladrillo. Quisiera escribir las razones de mi fracaso, o del fracaso de Bolaño conmigo, pero Dios sabe que las ignoro.
Varios connoisseurs elogian en la contratapa la novela, dicen que “Los Detectives” es la novela que Borges hubiera escrito, que es la Rayuela de nuestro tiempo, que es la mejor novela en castellano desde Rayuela, que es un nuevo Adán Buenosayres (no sé por qué tantas referencias a la literatura argentina). Hay algo que es cierto: yo sentí un claro atraso en el libro, yo sentí que ese libro que fue escrito hace menos de diez años parece haber sido escrito hace más de treinta o cuarenta; en ese sentido es pariente de Rayuela. Cada capítulo agrupa varios relatos de diferentes personas que han tenido trato con Lima o Belano, superficial o profundamente. Luego de leer muchos de ellos, me fue notorio que esos relatos, que se quieren contados por personas de heterogénea nacionalidad, sexo, edad y circunstancia, son substancialmente homogéneos. Todos están escritos con idéntico ritmo y vocabulario (hay interpolación de localismos, que no alteran el resultado). Ignoro si ésta era la idea, y si es así, con qué fin. Finalmente, uno no se va enriqueciendo con cada relato, uno no va enriqueciendo su visión sobre Belano o Lima, uno siente que no está construyendo nada a lo largo del libro. Algunos relatos son, sí, de gran intensidad, algunos son brillantes, como gemas separadas. La cohesión está dada por la esencial identidad estilística de todos los fragmentos, no por una continuidad narrativa. En esta falta de continuidad, en esta arbitraria discreción, los críticos han visto reflejada Rayuela; no sé dónde vieron reflejado a Borges, en cambio, a excepción de la recurrencia de su nombre en las entrevistas a Bolaño.
No puedo decir que Bolaño no tiene técnica; no puedo escribir que el tema del libro no es interesante; no puedo pensar que está mal escrito. Algo misterioso se interpuso entre el libro y yo, algo hizo que no se pegara a mí como a todos los otros buenos lectores, en algo siento que fracasé y todavía no sé en qué. Tal vez debería ser más viejo para leerlo, o mucho más joven: todos sentimos una honda pérdida cuando somos derrotados por un libro “importante”.