Un diario tiene que ser indiscreto (“Borges”, de Bioy Casares, parte IV)

A riesgo de convertir mi blog en un blog sobre Borges (un blog sobre el blog de Bioy sobre Borges), voy por el comentario a la última parte del libro, y algunas reflexiones finales.
Borges se casa y se divorcia, y finalmente se queda con María Kodama. El proceso de aislación impuesto por la odiada japonecia es notorio y documentado por Bioy, con menos aversión que tristeza. También está anotado el proceso del otro casamiento y divorcio, el perpetrado entre Borges y Di Giovanni, el famoso traductor que escribiría “La lección del maestro”, donde se despacha con saña y pedantería sobre las otras traducciones de la obra de Borges. Bioy trascribe un admonición de Borges, desoída: “le dije a Di Giovanni que no debe hablar mal de todos los otros traductores”; revela que el mérito de las traducciones de Di Giovanni radica en que fueron hechas por Borges y Bioy, no por Di Giovanni, apenas un amanuense que no entendía siquiera las tramas sin que se las expliquen.
El sentimiento del ocaso de la vida de estos dos escritores llega muy fuerte en la última parte: los dos viejos amigos, los dos amigos viejos, van declinando en sus posibilidades, se van quedando cada vez más dormidos, cada vez escuchan menos, cada vez ven menos. Todos alrededor se están muriendo, uno a uno los personajes que animaban el diario quedan atrás. Como en Anna Livia Plurabelle, las dos charlatanas se ven separadas cada vez más por el río ensordecedor que se ensancha y no las deja entenderse entre sí; finalmente la noche las gana y se convierten en piedra y árbol.
El tema de las confidencias, del grado de relación entre Bioy y Borges, sigue estando en primer plano. Bioy admite nunca hacer confesiones, ni a Borges ni a nadie. Borges, forzado por la necesidad de confiarse a alguien, llora por haber cedido a esa cobardía, indigna de un hombre. Bioy anota este comportamiento, pero no la confidencia en sí: esto es un cambio de actitud. El diario se hace menos chismoso respecto al Borges íntimo, al tiempo que los amigos se van separando, por la fama, por María Kodama: “es triste que una amistad como la nuestra se quiebre en los últimos tramos”, escribe Bioy. Otro cambio de actitud es el gradual abandono de la sumisión de Bioy, quien ahora se rebela en sus opiniones, que ya no coinciden con las de Borges.
Por el lado literario, siguen transitando el camino destructivo hacia los otros escritores. Se proponen traducir Macbeth (su obra preferida), y al ver demasiado de cerca a Shakespeare terminan por despreciarlo, por abandonar la traducción, por fantasear con reescribir Macbeth en la traducción (me encantaría leer ese único primer acto producido por ellos). Desde el principio del diario, el análisis hace caer uno a uno los escritores que alguna vez admiraron: Swedenborg, Antonio Machado, Góngora, Quevedo, Güiraldes, Banchs, Lugones, Neruda, Henry James, Coleridge, los aedos nórdicos. Con Joyce, con el Finnegans Wake, Borges llegó a la agresión física, en su desencanto: “rompí una primera edición de Work in Progress porque me daba rabia que un escritor publique borradores”. De esta matanza se salvan Voltaire, Kipling, Dante, De Quincey, Kafka. Borges se niega a leer a Proust para no odiarlo.

Respecto al diario como un todo, uno siente la ambición de Bioy de capturar al Borges genuino, al genio literario, con todas sus flaquezas, sin duda, pero también con ese lado brillante, que es el que prevalece. “Un diario tiene que ser indiscreto”, dice Borges, y Bioy cumple, especialmente cuando las indiscreciones son ataques al exterior de esa pareja, de esa casa. Bioy tiene un complejo de inferioridad con Borges, no logra salir del papel de Robin, se enoja cuando eso queda a la vista: escribiendo el diario, se identifica cuando Borges hablaba de De Quincey, que escribía sobre otros literatos “cuya fama contemporánea excedía en mucho a la suya. Al describirlos, no vaciló en registrar sus pequeñas vanidades, sus flaquezas, y aún el rasgo íntimo que puede parecer indiscreto o irrespetuoso”. En la medida que Borges se va haciendo más grande, Bioy va entendiendo mejor su papel, y el chisme cede su lugar a las reflexiones más profundas, al análisis del Borges personaje, a la reserva y a la literatura.
Particularmente durante la primera mitad del diario, se evidencia el afán de tomar por asalto la literatura argentina. Se saben superiores a todos, creen -como antes Lugones- que en Buenos Aires está el futuro de la literatura en castellano, no en España. A través de entrevistas, revistas literarias, periódicos, libros y traducciones quieren formar el gusto de los lectores, quieren enseñar a leer y a escribir, quieren corregir las distorsiones prodigadas por los malos escritores. En un momento Borges le dice a Bioy: “vos y yo, en la medida de lo posible, tratamos de salvar la cultura en un mundo de barbarie”. Con este objetivo en mente propagan sus gustos (que sospechan puros y autorizados), reescriben al traducir, inventan y atribuyen a escritores inexistentes, o con malicia a escritores existentes. Se autodenominan “autores que se distinguen por sus transcripciones y citas infieles. Por misquotations”. Un Borges entusiasmado declara que la famosa “Antología de la Literatura Fantástica” es el mejor libro de la historia de la literatura, un libro que los dos poblaron de fraudes, imputaciones fingidas e inventivas traducciones. Esta es, en mi opinión, la mejor revelación del diario de Bioy: blanquear ese proceso maravilloso, falseador, intuido brillantemente por Sergio Waisman en su “Borges y la Traducción”, que transformó desde las orillas el canon literario. Harold Bloom decía que los grandes aciertos en la literatura eran malas lecturas (misreadings); este proceso, hecho con toda intención, con un plan cuidadoso, con una aleación de lo local con lo universal, con la inteligencia y la erudición de estos dos grandes escritores, explica la influencia insoslayable que tuvieron (con el nombre de uno solo) en la literatura mundial. Se prometió que la publicación de los diarios iba a ser el acontecimiento cultural del año; sin duda lo es.