La noche pasada en Marienbad

He visto finalmente anoche (¡y en cine!) L’année dernière à Marienbad de Alain Resnais. Creo que en 2005 es poco lo nuevo que puede decirse sobre una película que ha generado ríos de tinta, por lo cual me limitaré a dos comentarios puntuales. Uno, acerca de la leyenda que dice que el film fue basado en La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, recogida incluso por IMDB. Este chisme, difundido principalmente por el propio Casares, fue una y otra vez negado por el guionista Robbe-Grillet y por Resnais mismo. Robbe-Grillet había publicado una reseña de la traducción francesa de Morel, pero admite no ver relación con el libro de Bioy, que Resnais ni siquiera había leído. Cuando Resnais visitó Buenos Aires, Casares cuenta que el cineasta admitió su influencia, pero me atrevo a dudarlo, dadas las evidencias. For the record, “La invención de Morel” trata de un hombre que se enamora de una mujer en una isla llena de voces (recordar The Isle of Voices de Stevenson), “de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta, como veraneantes instalados desde hace tiempo en los Teques o en Marienbad”. La mujer resulta ser un holograma, y el hombre decide serlo también al final. “El año pasado en Marienbad” (o “Hace un año en Marienbad”, como quiere la traducción local) tiene una trama no tan sencilla de referir: un hombre vuelve a buscar a su amante con la que acordó una cita hace un año atrás, creo que eso es todo lo que se puede decir de la historia sin entrar en suposiciones. La evolución del film está borroneada por la lógica de los sueños, y sigue caminos que no siempre llevan a alguna parte, como las escaleras de Escher. Hay una insistencia en la idea de los simulacros de la realidad, pero nunca está claro cuál es la copia y cuál el original (las estatuas y la pareja de amantes, la pareja y una pareja de actores de teatro, las reproducciones de un jardín palaciego y el propio jardín, los espejos, los juegos…); este piolín es el único del que se puede tirar para asociar Marienbad y Morel, fuera de la mención topográfica. Admitamos que es un piolín bastante ínfimo.
El segundo tema es la relación de la película con Peter Greenaway. Para Greenaway, Marienbad es la única película que se puede llamar obra de arte cinematográfica:

Hay pocos, muy pocos films en los que puedo pensar como creadores de verdadero cine. El año pasado en Marienbad, tal vez, sea lo más cercano que puedo sentir. Se acerca a la noción de verdadera inteligencia cinemática. No está esclavizado al texto. No está esclavizado a la narrativa. Deconstruye todos estos fenómenos y crea un producto que es verdadera y absolutamente cinemático, porque no puede existir en ninguna otra forma.

La influencia de este film sobre Greenaway es visible y clara. El cineasta británico admite haber estado toda su carrera intentando rehacer Marienbad. Creo que lo más cerca que estuvo fue en “The Baby of Mâcon” (nunca estrenada en la Argentina): pienso en la barroca ornamentación, en el teatro, los espectadores, el retroceder característico de la cámara. También obviamente influenció su jardín de cuidadosos pinos en The Draughtsman Contract, la devoción a la pintura que recorre los films de Greenaway (ver a Giorgio de Chirico en Marienbad), el uso de la música (Greenaway dijo: “creo que el momento en que comienza la música de órgano, se presenta la pieza de filmación más inteligente de toda la historia”), ciertos travellings, los juegos de Drowning by Numbers, la simetría de ZOO, el estigma de “cartesiano”… Naturalmente, no es casual la senda presencia del recientemente muerto Sacha Vierny como director de fotografía tanto en Resnais como en Greenaway. Para mí, ahora, el mundo de Greenaway es inimaginable sin este film de Resnais; tal vez la producción fílmica de Greenaway es una exacerbación o una emanación de esta sola película, levemente influenciada por la vasta erudición del director inglés.