Soy Kitano

Escribí una reseña de la última película de Kitano para cinequanon; la copio aquí con afán de “archivero delirante”, como decía Eco.
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Para poder contextualizar Zatoichi es necesario hacer un poco de historia. El personaje fue creado en 1962 para el notable actor Shintaru Katsu, cuyo precursor sea probablemente Françoise Eugéne Vidocq, el famoso policía francés. Zatoichi (literalmente “el ciego Ichi”) es un masajista ciego, con ostensible talento en la esgrima, especialmente con la técnica de velocidad conocida como i-ai-do, que no duda en ponerse al servicio de los pobres y de los oprimidos; si alguien aquí puede prever la blanquinegra moralidad a la que las historias de héroes nos tienen acostumbrados, me apuro a agregar que Ichi es también putañero y amigo del juego ilegal. Zatoichi y Katsu se hicieron extraordinariamente populares en Japón, y desde 1962 hasta 1989 (con un notorio hueco de dieciséis años en medio) se filmaron veintiséis películas protagonizadas por el masajista, más ciento doce capítulos de una serie de televisión. Esta popularidad tuvo poco eco en occidente, pese a que se ha llegado a afirmar que Zatoichi inspiró o condicionó ficciones tan dispares como la del impermeable personaje de Peter Falk o Yellowbeard the Pirate de los Python. Cuando Katsu finalmente murió en 1997, la leyenda dice que una heredera del gran actor buscó a Kitano para que continue con la magia del espadachín ciego. Kitano, que también tiene su pasado de comediante en la televisión, sumado a la parquedad obligada por el síndrome de Tourette, parecía ser el candidato ideal, y naturalmente no rehusó el honor. Pese a que declaró públicamente que su versión fue actuada casi “en contra” de la personificación de Katsu, el homenaje es evidente.
Hasta aquí la historia. Ahora, a las objeciones que se han levantado en contra de este Zatoichi de Kitano, que pueden ser agrupadas en dos departamentos: uno, en el que se acusa a Kitano de occidentalista; otro, en el que se acusa a Kitano de demagogo, o peor, de estúpido. El mote de “occidentalista”, que viene a querer decir que cuando uno es japonés uno no puede aspirar a ninguna otra cultura ni ser permeable a ningún rasgo que no sea la tradición excluyente de esa isla, ha sido estampado en contra de Kurosawa también en más de una ocasión. La afrenta más notoria (aunque no la única) parece ser un homenaje a Gene Kelly hacia el final de la película, donde un folklórico pueblito se pone a bailar tap anacrónicamente al unísono. Creo entender que este reparo no merece mayor atención; a nadie se le ocurriría acusar a Tarantino de “orientalista”, pero se exige que Japón (o cualquier otra nación) ha de resistir estoicamente la invasión cultural yankee, para usar la nomenclatura tradicional. Queda, entonces, la acusación que se hace a Bîto Takeshi de prodigar chistes infantiles para ganarse el favor del público, acusación fuertemente ligada a la percepción de que Zatoichi es un film (otros prefieren “negocio”) menor dentro del imaginario kitanés. Esta opinión entraña el desconocimiento de la herencia explícita de Shintaru Katsu, y también un curioso celo con el que se exige a Kitano seguir produciendo “cine violentamente serio”, y subrayo las comillas. Hay quien pretende que la comedia es un género menor; es claro que, siendo inmune a la sonrisa, el espectador se pierde el núcleo de la película. Por otro lado, ha de admitirse que la violencia no está en modo alguno atenuada (la sangre corre digitalmente pareja durante toda la longitud del film).
Ignoro la base de la diatriba alrededor de Kitano que adorna la edición de este mes de El Amante, pero la sospecho por este último lado. El film no carece de desprolijidades, pero contra la inculpación de demagogia se puede aducir que Kitano elude muchas de las convenciones del género: el enemigo más poderoso de nuestro héroe es moralmente superior a él, y el público tiende a simpatizar con este guardaespaldas personificado por Tadanobu Asano, en el que muchos han visto un homenaje al Yojimbo de Toshiro Mifune. En las chambara (y en cualquier otra película de superhéroes occidental), la pelea final y postergada suele ser el corazón del film: un largo combate en el que el malo demuestra su poder doblegando al héroe hasta que el bien postrera y triunfalmente da vuelta la tortilla. No existen tales convenciones en Zatoichi. La trama avanza caóticamente a través de los diversos (y muchas veces inesperados) caminos que abren los personajes, y probablemente el propio chiste final sea una buena síntesis de la esencia de la película. Es mi opinión que aquí se encontrará una película mucho más rica y convincente que las Battle Royale que nos habían propagado últimamente. Kitano, pese a (o tomando ventaja de) su accidente se las arregla para componer un Zatoichi lleno de sutilezas, y hasta ha anunciado una secuela. Sea bienvenida.