Izquierda y derecha en la percepción del arte

Cuando era más joven, creía en el fundamentalismo en el arte. Creía que el leer determinados libros excluía el leer otros, que una música era la verdad esencial y las otras meras fantasmagorías o imposturas, que un cine había dicho para siempre lo que los otros intentaban en vano decir. Veía el arte como algo lineal, donde todo era comparable con todo, en términos de mejor o peor. Luego me fui dando cuenta de que el recibir arte es simplemente el recibir felicidad, de una manera o de otra. Y que la felicidad aguardaba a la vuelta de cualquier esquina: sí, también en alguna página de un escritor menor o en una canción sencilla.
A medida que ciertas formas de arte popular (la música, el cine, los libros) se fueron acomodando dentro del sistema capitalista, la percepción del arte tendió a fragmentarse en términos de “a favor de/en contra de”. Un poco como los partidos políticos de derecha y de izquierda. Por un lado, el arte masivo: en el cine, son las películas de Hollywood; en la música, el pop prefabricado; en los libros, los bestsellers (estoy consciente de que estoy sobresimplificando). Por otro lado, los que están en contra de estos productos porque “son obviamente generados con el afán de ganar dinero”. Entonces nuestra segunda fracción (llamémosle la izquierda) apoyará incondicionalmente las películas europeas o que critiquen al sistema capitalista, la música que conscientemente busque la innovación y que vaya a contramano explícito de lo que se ofrece en el mainstream, los libros de escritores cultos y refinados, o que posean cierta sofisticación lingüística. Esto en realidad es un fenómeno mucho más complejo; existe también la estruturación formal o histórica: la música clásica, las películas de Godard o de Orson Welles, la tragedia griega, por sólo dar algunos ejemplos que también se oponen a “la derecha del arte”. Al igual que en la política, la derecha es mucho más pragmática que la izquierda, y no duda en canibalizar los logros de la experimentación izquierdista, si estos logros pueden ayudar a vender más. No tienen un sentido religioso acerca de qué es arte y qué no, o si es arte o no. Sólo procuran entretener a su público. Este afán es el que más ofende a la izquierda: la idea de “rebajar” el arte a un mero entretenimiento. Pero vuelvo a mi idea original: el arte debería ser una fuente de felicidad; para la derecha, una felicidad momentánea y rica, para la izquierda, una experiencia trascendente.
Estos dos establecimientos que se oponen generan la idea de una competencia, pero es una idea falsa. El arte de derecha sólo quiere que la mayor cantidad de gente disfrute de la obra (naturalmente, para ganar más dinero), y no busca la oposición por filosofía a la izquierda. No le interesa. En cambio es la izquierda quien desea diferenciarse. Esta diferenciación genera la institucionalización de la percepción del arte: quién entra al panteón y quién no. Así, ciertas obras clásicas son guardadas como piezas de museo, y es la obligación del público de izquierda el admirarlas adecuadamente, el estudiar a conciencia para lograr llegar a ese momento sublime donde uno se “adueña” de una obra consagrada más. Mientras no entienda a Joyce, dirá que el Ulysses es sublime, y buscará secretamente las razones intelectuales para que le guste. Privadamente se quedará dormido escuchando “La Consagración de la Primavera” de Stravinsky, pero repetirá las palabras de alabanza del prospecto interno del CD. Es claro que esta nueva forma de fundamentalismo genera detractores a su vez, y existe una fracción aún más chica que se opone a la oposición. La “izquierda de la izquierda” buscará afanosamente lo no institucionalizado, ni por la izquierda ni por la derecha. Así, rescatará bizarros héroes de la antigüedad, o un catálogo ilustre de desconocidos. La izquierda de la izquierda se caracteriza por no tener un sustento teórico (a diferencia de la izquierda pura): es simplemente la felicidad de pertenecer a un grupo selecto que desprecia lo aceptado. En el campo de la música popular escucharán My Bloody Valentine o Mercury Rev, para oponerse a Radiohead o a Massive Attack, quienes a su vez nacieron para oponerse a, digamos, Backstreet Boys o a Madonna. El modus operandi de cada facción es diferente: Madonna tratará de escuchar todo y rescatar lo que pueda generar algo novedoso al oído promedio y que a la vez sea lo más masivo posible. Normalmente beberá de (copiará de, se inspirará en, contratará a) las aguas de los innovadores: que pase al frente la izquierda. En la izquierda las cosas son mucho más lentas; se generan burbujeos creativos: un contexto que tarda años en formarse, y que incluye normalmente a muchos artistas. De este burbujear, uno o dos salen a la luz y son los que imponen el estándar, los que formalizan finalmente el producto. Los que lograron ser referentes son la mayor parte de las veces los mejores exponentes de cada movimiento; luego queda el sustrato, que es donde abreva la izquierda de la izquierda. Si Kid A de Radiohead resultó novedoso y norma y patrón de lo que vendrá, esa innovación fue en realidad el resultado de años de burbujear, y la izquierda de la izquierda siempre podrá decir “eso se hacía años antes, no sé qué creen haber descubierto”. Naturalmente aducirán nombres que nadie excepto ellos conocen, y se regodearán en la pertenencia a ese club selecto. Hay una diferencia, sin embargo: la izquierda necesita un sustento teórico, mientras que la izquierda de la izquierda lo ignora, porque la teoría es también institución, y hay que despreciarla. Si Radiohead trabaja con complejos patrones rítmicos fuera del alcance de sus pares que no abandonan el 4/4, si busca activamente nuevas formas armónicas que requieren un cierto estudio formal (ver la fascinación que Radiohead ejerce sobre los espectadores de música clásica), si incorpora innovaciones tecnológicas en forma estructurada, la izquierda de la izquierda preferirá ignorar esto para decir “pero esos ruiditos ya se usaban antes”. Preferirá preterir todo lo formal (medidas de división de compases, armonía) para no gustar de Radiohead, porque se ha consagrado en el panteón de la izquierda: ergo, algo malo tendrá. Radiohead les parecerá demasiado popular para que ellos puedan disfrutarlo, o dirán “sólo cuando eran desconocidos hacían cosas dignas de escucharse”. Se vanagloriarán de haberlos escuchado cuando nadie los escuchaba, pretenderán que los discos menos maduros son los únicos buenos, los despreciarán por “vendidos al sistema” (para los fanáticos de Radiohead, ellos son los que innovan sin importar las tendencias comerciales, por lo tanto son todo menos “vendidos”, naturalmente). El otro aspecto de la izquierda de la izquierda es aún más reaccionario: el reivindicar viejos artistas que ya son impresentables. Así, querrán que la “Coca” Sarli sea una gran actriz, y las películas de Armando Bo, clásicos. Rescatarán a ABBA o a los Beach Boys, porque es obligación que los artistas hayan sido a la vez populares en su época, pero ya no considerados válidos hoy. Inútil advertir que en este procedimiento prima, nuevamente, la oposición a la institucionalización en cualquiera de sus formas. Los productos que rescatan son, justamente, los desechos de la derecha: los productos comerciales que fueron descartados por el tiempo, porque la derecha no tiene memoria formal como la izquierda. Alguna vez Madonna o Michael Jackson serán pasto de la futura izquierda de la izquierda. La derecha nunca ha temido al ridículo en pos de ganar dinero, y con el tiempo las modas tienden a verse sin pasión con una sonrisa. El guante blanco de Michael Jackson, las pinturas de Kiss, los trajes de Locomía, los peinados extravagantes y las calzas del metal de los 80s… estas cosas, que nos parecen tan graciosas hoy, se restablecen por bizarras cuando han pasado cierto límite, a través de la izquierda de la izquierda.
Así, el círculo se cierra: el burbujear creativo genera un grupo de artistas de los cuales la izquierda elige unos pocos para convertir en próceres. Los desechos son utilizados por la izquierda de la izquierda, y las enseñanzas, por la derecha. Cuando la fruta se pudre y queda en el pasado, ahí estará la izquierda de la izquierda para rescatarla bajo un manto de ironía y sarcasmo: no vayan a creerse que hablan en serio. Por diferenciarse de, por pertenecer a, por formar parte inconsciente de un patrón, muchos individuos pierden de vista el propósito esencial del arte: producir felicidad. Al excluir por ideologías un enorme conjunto de obras, estos individuos no saben que, finalmente, están excluyendo la posibilidad de obtener más “momentos estéticos”, esos momentos en que una obra nos conmueve internamente algún aspecto de nuestra humanidad.