Google, Borges, Eco

Algunos años atrás, Argentina era aún joven y productiva. Como una adolescente llena de energía, la patria dio a luz a Jorge Luis Borges, una persona muy singular. El lado de este escritor que me interesa en el momento de escribir esto es su conocimiento, su vasta memoria. Parecía poder recordarlo todo. Era ciego, y sin embargo podía citar de memoria cualquier libro que le hayan leído. La cantidad de información que podía manejar superaba la más salvaje fantasía. Imaginaba el paraíso bajo la forma de una biblioteca y, como alguna vez escribí aquí, una visión en especial del infierno era una biblioteca donde todo libro posible estuviera incluido, incluso los falsos, y los que no tenían significado en absoluto. El arte de la combinatoria: tal como los Antiguos Hebreos, intercambiando letras ad infinitum se podía producir literalmente cualquier libro, incluso los que no habían sido escritos, y los que están perdidos para siempre. Umberto Eco, un admirador de Borges, tomó esa idea para construir la biblioteca de El Nombre de la Rosa, y escondió a Jorge Luis Borges ahí, bajo la forma del ciego Jorge de Burgos. El nombre de la rosa estaba escrito en un poema de Borges, mucho antes que el libro de Eco: “en las letras de rosa está la rosa”, podemos leer en “El Golem”. Ese poema, acerca de la Kabalah judía, podría ser una de las fuentes del siguiente libro de Eco, Il pendolo di Foucault. “El Golem” es citado en el sexto capítulo: “Judá León se dio a permutaciones de letras y complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio…”. Así que ya tenemos el nombre de la Rosa y el nombre de Eco. Que entre el segundo de la lista.
Si Borges sabía un montón, Umberto Eco sabía demasiado, como el personaje de Chesterton. Nadie puede manejar razonablemente la cantidad de datos de Foucault. Cualquier cosa que yo diga acerca de ese libro es una hipersimplificación. No puedo decir que Eco es un genio de la literatura, como lo fue Borges. Pero escribió esos barrocos libros que parecen contener la Biblioteca de Babel misma, tal es la suma de información que encierran. Para un montón de gente que conozco y que ha leído sus libros, esa cantidad equivale a nada. Salen corriendo, no pueden sacar nada útil de ahí. Cuando se tiene todo, no se tiene nada. Se puede decir que tal cosa sólo nos sucede a gente normal como nosotros, que no pueden retener mucho más que unos pocos números de teléfono, y los nombres de nuestros familiares más cercanos. Pero aún Eco fue agobiado por algo… la internet. Que entre el último huésped, Google.
Patrick Coppock, a principios de 1995, entrevistó a Eco. Esta parte es interesante:

“Profesor Eco, usted es un hombre de letras, un escritor, filósofo, un historiador. En el escritorio a su lado hay una computadora. La tecnología moderna, ¿es realmente funcional para usted como autor e investigador de letras?”

Eco ojea la computadora, sonríe y asiente pensativamente:

“Sí, pero a veces la computadora puede dar resultados paralizantes. Le daré un ejemplo: fui invitado por la universidad de Jerusalem a un simposio cuyo tema era la imagen de Jerusalem y el templo como una imagen a través de los siglos. No sabía qué hacer sobre este tema en particular. Entonces me dije, bueno, está bien, he trabajado con cosas del principio de la Edad Media; mi disertación fue sobre Tomás de Aquino.”

Señala la fila de estanterías repletas a mi izquierda…

“Aquí tengo la obra completa de Tomás de Aquino, con un índice razonablemente bueno, y busqué ahí para ver cuántas veces citó a Jerusalem e intenté explicar qué uso le había dado a la imagen de Jerusalem. Ahora, si sólo tuviera esos libros, bueno, ese índice es un índice razonable que se centra en los tratamientos más amplios, más intensivos de la palabra ‘Jerusalem’; habría encontrado, digamos, 10 o 15 indicios de ‘Jerusalem’ que hubiera sido capaz de examinar. Desafortunadamente ahora tengo el hipertexto de Aquino…”

Ojea nuevamente la computadora en la esquina…

“y ahí encontré que había -bueno, no me acuerdo la cifra exacta- pero habría unas 11000 coincidencias… en ese punto renuncio! Sí, es demasiado material para una vez, obviamente.”

Tal vez sea útil recordar que en 1995, internet era sólo una pequeña red, comparada a lo que es ahora. En febrero de 1995, cuando Coppock se encontró con Eco, Windows 95 no estaba aún vivo. Estábamos en la época de Windows 3.11, y algunos de nosotros todavía con DOS 6.2. ¿Quién entre nos hubiera hablado de internet? Incluso el Internet Explorer no existía por ese entonces. Nuevamente Eco:

Hace un tiempo atrás, si necesitaba bibliografía sobre Noruega y semiótica, hubiera ido a una biblioteca y probablemente hubiera encontrado cuatro artículos. Tomé notas y encontré otras referencias bibliográficas. Ahora con la internet puedo tener 10000 artículos. En este punto me paralizo. Simplemente necesito escoger otro tema.

Si ésa fue su impresión en 1995, ¿qué diría hoy, ocho siglos después, en términos de expansión y tecnología de internet? Coppock y Eco luego discutieron largamente sobre cómo filtrar ese exceso de información. Eco sugirió automatizar su propio método de filtrado, basado en bibliografías y otros trucos académicos. Esas cosas no pueden ser llevadas a cabo hoy con una computadora, es demasiado vago, demasiado difuso.
La información sigue creciendo allá en internet, pero todavía no tenemos una herramienta apropiada para accederla. Repito para mí esos versos en “El Golem”: “y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio…” Ese nombre no es Google. El motor estadístico que uso para determinar las consultas a motores de búsquedas usadas para encontrar mi página de web me lo dice. No puedo mencionar todas las consultas equivocadas que han llevado a mi sitio. La gente va y le formula preguntas a Google: “¿cómo sé cuál es el nombre de la rosa?”, “¿en qué me estoy equivocando?”, etc. Esas son las peores consultas para Google, y de acuerdo a los reportes que me han dado, las más comunes. Nadie encomilla frases, nadie excluye palabras clave. Los que estamos en el mundillo de la tecnología lo hacemos; la gente común consulta a Google como si de un oráculo se tratara. Si voy y le pregunto a Google “¿dónde está la puerta de mi palacio?”, probablemente aparezca esta página, eventualmente, ya que esas palabras están incluidas en este texto (aparte de la resursividad de esa oración en sí).
Así que ahí tienen a Google, a Eco y a Borges; la falta de información y el exceso de información, la Biblioteca de Babel otra vez, y un falso oráculo tan popular como fue Delfos en su tiempo. E igual de acertado.