El sabor del té

En los años setentas todo el cine interesante venía de Europa, y creo que siguió siendo así hasta bien entrados los ochentas. imageHoy, todos los films que me sorprenden y me refrescan viene de Oriente: de Corea del Sur, de Japón, incluso de China. “El sabor del té” (Cha no aji) es una de esas agradables sorpresas; en ese sentido, el té sabe mucho mejor que la cereza iraní. No referiré su meándrica trama (hay quien dice que no hay tal trama); sólo diré que la película es notable, inspirada, mágica por momentos, no pocas veces ajena. Cuando comenzó, sonreí. Ciento cuarenta y tres minutos después, seguía sonriendo.
Acaso alarme poco saber que su director, Katsuhito Ishii, es el mismo que generó las perversas animaciones de Kill Bill; asombra más constatar que ambas cosas fueron hechas al mismo tiempo. Al respecto, Ishii dice que Kill Bill de alguna manera lo exorcizó de la violencia que le era íntima, y eso permitió que El sabor del té le saliera cálida. Dentro de una película donde prevalece lo extraño, lo imprevisible, no es un mérito menor que esa calidez se transforme en emociones puras.