El Libro del Exhibicionista

El Libro del Exhibicionista

Un volumen llamativo, burdo y florido,
demasiadas páginas metidas dentro de
sus carnosas cubiertas. Un volumen con exceso de peso.
Es grasoso con extendido empeño.
Cada palabra está bombeada con consonante colesterol.
Está lleno de palabras gordas.
Las páginas chorrean grasa subcutánea,
las nuevas letras son doradas como dientes ostentosos,
que hacen que la comprensión se estriña
y se llene exorbitantemente de herrumbre.
Este libro necesita perder peso.
Si se quiere dejarlo caer,
hay que tener cuidado con los pies:
puede quebrar los dedos.
Su solo peso trituraría su columna.
Las páginas han sido liberalmente perfumadas,
pero el aroma palideció y se ha hecho rancio.
Las páginas tienen el olor de la goma agria,
o del mal aliento de un mentiroso,
decidido
a pasar el tiempo sonriendo con pegajosos chicles.

Todo es sabor dulce y nada de sustancia perdurable,
todo resplandor y gas,
este libro es llamativo como una coliflor dorada
que huele horrible luego
de haberse sumergido en agua caliente,
como chocolate caliente endulzado con remolacha,
cosas imcompatibles combinadas incongruentemente
sin propósito alguno.
El primer capítulo promete exceso.
El duodécimo demuestra que tan particular promesa
es en verdad agotadora.
Se requiere que el lector sude hasta comprender,
evitando los cráteres de la hipérbola que dejan cicatrices
en sus páginas.
Cada adjetivo está subrayado
como si fuera incapaz de quedarse quieto en la página,
incapaz de ser igual a sus vecinos.
Su humor es pesado y vulgar
lleno de interjecciones que ordenan
apreciar su ingenio.