Finalmente el postergado libro de Bioy sobre Borges llegó, y ya llevo leídas cuatrocientas páginas, esto es, apenas un cuarto del volumen total (los tres tomos de las Obras Completas aprobadas por Borges suman esas mismas mil seiscientas páginas). Adolfo Bioy Casares, inspirado por el Life of Samuel Johnson de James Boswell, llevó un diario durante cuarenta años donde se propuso construir el personaje del Borges privado, esto es, el anverso del personaje que Borges con cuidado construyó públicamente. El resultado es tan contrario a la imagen conocida de Borges, que un comentador de Clarín sintió que Bioy lo había hecho “para vengarse” de la notoriedad de Borges, del éxito de su amigo que lo dejó a él para la historia como un discípulo menos capaz, a la sombra del más grande. Naturalmente este móvil no puede ser cierto, o si lo es, la impresión que deja este inmenso libro es más bien la opuesta.
Escribo ahora, a un cuarto de camino, porque ya tengo muchas cosas en la cabeza: quizás convenga ir dejándolas caer de a poco, a medida que voy leyendo, así no se hace tan largo. La mayoría de los argentinos ya habíamos paladeado en cuatro entregas de la revista Ñ una muestra del libro, una muestra bastante representantiva, de manera que voy a prescindir de la cita, la tentación más inmediata. La sensación que pronto llega es estar leyendo las conversaciones de unos sofisticados Statler y Waldorf, aquellos viejos de los Muppets que asomaban al balcón y criticaban a todo el mundo. Bajo la severa evaluación de ellos, todo el ambiente literario de Buenos Aires queda reducido a una caterva de ignorantes (cuando les toca ser jurado de premios literarios, eligen con resignación al menos malo). Escritor por escritor, todos quedan reducidos a nada, los “menos malos” a unas pocas líneas que empalidecen frente a una obra juzgada como insalvable. Así, el primero y más notorio atributo de este libro es su capacidad destructiva: destruye al Borges público, destruye al ambiente cultural argentino, destruye a los libros que se han escrito sobre Borges. Estela Canto, que describe en su libro (“Borges a contraluz”) a un Borges que la admiraba por su belleza e inteligencia, a un Borges débil y maleable, a un Borges de erudición limitadísima, en el libro de Bioy es bautizada por Borges como “Laika” (“esa perra soviética”) por sus inclinaciones socialistas, y su capacidad, tanto intelectual como de escritora, es denostada continuamente. Un libro de Antonio Carrizo (“Borges el memorioso”), que todos teníamos como el reflejo más fiel de la conversación con Borges -ya que Carrizo era un amigo y no uno de esos periodistas consecuentes o provocadores-, queda reducido a una farsa. En un capítulo de ese libro, Carrizo le va preguntando a Borges sobre una serie de escritores argentinos, y Borges los elogia uno por uno, esos mismos escritores que son injuriados con precisión y lujo de detalles en el libro de Bioy. Como es de esperar, las biografías no se parecen a este Borges tampoco, un Borges fácilmente epigramático, ingenioso, cruel, implacable, nada inseguro. Bioy, que logra estar (al menos en su construcción a posteriori) a la altura intelectual que requiere su interlocutor, queda relegado siempre al lugar del segundón, por Borges, por el ambiente literario mismo. Bioy siente que Borges es complaciente con él; la admiración que Adolfo profesa por Georgie es, en cambio, ilimitada en el campo literario (no así en otros campos, como en su manejo con las mujeres o sus ineptitudes en los modales para comer).
Un segundo atributo del libro es su localidad. Me es imposible pensar en una traducción de este libro, en parte porque las expresiones están tan pegadas a nuestro castellano bonaerense, y en parte porque todo el contexto del libro es Buenos Aires y su vida cultural. No puedo imaginar qué podrá sacar un, digamos, estadounidense de leer un libro como éste. Me cuesta entender por qué este libro ha sido publicado primero en España; aún compartiendo el mismo lenguaje, sospecho que el interés para un peninsular ha de ser notablemente menor que para nosotros, que sabemos quién fue Güiraldes, o Hernández, dos personajes muy frecuentes de las conversaciones, o por qué para Borges es increíble que Enrique Banchs sea un tipo odioso, intratable, sumamente ignorante (Banchs creía que Borges era un pésimo escritor, digo de paso), o los vaivenes del peronismo.
Creí que el “Borges” de Bioy iba a ser un libro para saltear hojas, para abrir en cualquier página y leer, pero sin embargo hace cuatrocientas páginas que me tiene atrapado. Todo es interesante.